Del Concilio de Nicea al catolicismo del Imperio romano

El emperador Constantino vio en el cristianismo la oportunidad de cohesionar al Imperio desde un vertiente ideológica. Es por ello que intervino en las disputas teológicas que amenazaban a la Iglesia con una ruptura negativa para sus intereses imperiales. El emperador presidió en calidad de “Pontifex Maximus” el Concilio de Nicea (325). Se trató de un concilio en el que unos trescientos obispos discutieron la doctrina del presbítero alejandrino Arrio. La doctrina arriana comprometía el dogma trinitario, pues negaba la naturaleza divina de “Cristo” argumentando que al ser el Hijo creado, esto significaba que “Cristo” no podía ser “eterno”. El concilio resolvió en contra de la doctrina arriana y definió la fórmula ortodoxa, a saber, el Hijo es consustancial1 al Padre.

La manzana de la discordia era la interpretación de la naturaleza de Cristo como hijo de Dios, cuestión debatida entre los cristianos de la época, porque podía llevar a la conclusión de que se trataba de un simple mortal.2

Después del Concilio de Nicea las discusiones sobre esta cuestión continuarían, pero tales discusiones no fueron óbice para que Teodosio acabara declarando herejes a los antiniceos y estableciera, tomando la resolución del Concilio de Nicea como fundamento, el catolicismo como la religión oficial del Imperio en el año 381.

[…] mediante el el Edicto de Tesalónica (380), Teodosio declaró herejes (“haeretici”) a todos los antiniceanos y estableció la doctrina católica aprobada por el Concilio de Constantinopla del año 381 como ortodoxia.3

1Consustancial: ὁμοούσιος [de la misma naturaleza]).

2Melero, R. L., Breve historia del mundo antiguo, UNED, 2015, p. 447.

3Salinero, R. G., Manual de iniciación a la historia antigua, Editorial UNED, 2022, p. 507.

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