Razón y fe

La presente publicación sigue las explicaciones dadas por el profesor Antonio Sánchez Fernández en el Canal UNED el 6 de diciembre de 2008. El audio publicado en el referido canal tiene como título: “Fe y razón, dilema de la filosofía medieval”.

Filón (ca. 20 a.C – ca. 45 d.C.) formó parte de la comunidad de judíos que hablaban griego en Alejandría. En contacto con la filosofía griega, esta comunidad alcanzó un alto grado de conocimiento teológico y filosófico. Filón llevó a cabo uno de los primeros intentos históricos de fusionar la filosofía griega y la religión mosaica. Utilizando el método de la alegoría, diferenció el significado literal de los textos sagrados del oculto. Desde el punto de vista del significado oculto, tanto los personajes como los acontecimientos bíblicos debían considerarse, a juicio de Filón, como símbolos y referencias de verdades metafísicas que requerían una disposición especial de ánimo. Este método alegórico de Filón fue adoptado después por la mayor parte de los padres de la Iglesia.

La patrística empezó a desarrollarse en el siglo primero después de Cristo en dos líneas: la griega y la latina. En términos generales, la patrística quiso definir una ortodoxia, esto es, un conjunto de textos canónicos que pudieran servir de base dogmática del cristianismo. Con una sólida ortodoxia, la patrística consideraba que podía, además, defenderse de los ataques del Estado romano y la filosofía pagana. En cuanto a las dos líneas de la patrística, podemos decir que la griega constituía un modo de reflexión dialéctico próximo a la filosofía tradicional griega. La latina, por su parte, situada en el norte de África —San Agustín es su máximo representante—, tenía un carácter más pastoral que pretendía, por decir así, fomentar una vida social y política cristiana en el seno del Imperio.

Tertuliano (ca. 160 – ca. 220) fue un padre de la Iglesia latina. Afirmó que para llegar a Dios basta con un alma sencilla; la filosofía no ayuda en la tarea de la búsqueda de Dios. Para Tertuliano la fe es autosuficiente para alcanzar la salvación. La fe y la razón, además, se contradicen en la medida en que la fe pertenece al ámbito del misterio, lo que la hace absurda e ilógica a la razón.

El hijo de Dios fue crucificado, no me avergüenzo de ello, precisamente porque es vergonzoso. El hijo de Dios murió, es creíble porque es absurdo; El hijo de Dios fue enterrado y resucitó de nuevo, es cierto porque es imposible.1

Tenemos en San Agustín de Hipona (354-430) el máximo exponente de la patrística latina. Agustín se volcó en la búsqueda de la verdad de una manera apasionada. Pasó por el maniqueísmo, pero ahí no encontró lo que buscaba. Finalmente fue en el cristianismo donde halló esa verdad que tanto ansiaba. Su modo de reflexionar y “sentir” la fe cristina lo llevó a crear una nueva forma literaria en la que el alma, desde la plena conciencia individual, era capaz de examinarse a sí misma. En cuanto a la relación de la fe y la razón, Agustín rechazó, por decir así, aquella corriente abierta por Tertuliano en la que se negaba la razón como vía para entender o explicar la fe. El de Hipona propuso que la fe y la razón se beneficiaban mutuamente. Agustín anticipó el “creo para entender y entiendo para creer” y, de este modo, abrió una senda por la que transitaría la teología cristiana en los siglos posteriores.

Con Anselmo de Canterbury (1033-1109) se inicia el programa de investigación de la escolástica, consistente en un sistema teórico que, gracias a la argumentación racional, debe dar cuenta de la doctrina cristiana. En su “Proslogion”, Anselmo escribe:

No intento, Señor, penetrar tu profundidad, porque de ninguna manera puedo comparar con ella mi inteligencia; pero deseo comprender tu verdad, aunque sea imperfectamente, esa verdad que mi corazón cree y ama. Porque no busco comprender para creer, sino que creo para llegar a comprender. Creo, en efecto, porque, si no creyere, no llegaría a comprender.2

Esta era la petición que había recibido Anselmo de los monjes: que lo revelado no quede exento de la luz del pensamiento. El objetivo no era otro que fortalecer una fe desde la razón con la que se pudiera argumentar y, al cabo, convencer a aquellos que todavía no eran cristianos.

Pedro Abelardo (10791142) intensificó el objetivo de clarificar la fe desde la razón. La Biblia, a su juicio, sería sin el apoyo de la razón una suerte de espejo puesto ante un ciego. Se trataba, en efecto, de intentar hacer más comprensible el misterio cristiano desde la razón. Con todo, Abelardo reconocía los límites de la razón, pues la comprensión de las verdades cristianas pertenecía al ámbito de la fe.

Juan de Salisbury (ca. 1125-1180), discípulo de Pedro Abelardo, fue uno de los principales representantes de la escuela de Chartres. Abrió una línea de pensamiento que iba a ser, después, marcadamente franciscana: la distinción entre el camino de la fe y el camino de la razón. La fe tiene sus propios objetos y un método adecuado para examinar los textos sagrados. La razón, por su parte, no es capaz de alcanzar lo que la divinidad ilumina por medio de la fe.

En la filosofía musulmana, los intentos de conciliar la filosofía con el islam se iniciaron con Al-Kindi y Al-Farabi y llegó a su máximo desarrollo con Avicena (ca. 980-1037), quien llevó a cabo una síntesis entre aristotelismo y neoplatonismo. Esta síntesis, que reunía unas finalidades tanto políticas como intelectuales, permitió la confección de una suerte de enciclopedia de las ciencias filosóficas que serviría de consulta para los pensadores de la última etapa de la Edad Media.

Averrores (1126-1198), conocido como “El Comentador” de Aristóteles, es seguramente uno de los representantes más destacados de la filosofía hispanomusulmana. Planteó de un modo muy profundo la cuestión escolástica de la relación entre la fe y la razón. La unidad de la verdad es incuestionable, señala este autor, y si hay discrepancias entre los filósofos y los teólogos sobre ella, es debido a las diferencias de interpretación. Filosofía y religión tienen como fin la verdad, por lo que entre ellas no puede haber diferencias de fondo. La interpretación de los textos sagrados requiere la participación de la razón, pues sólo ella puede desvelar la verdad. Las verdades del Corán están hechas de figuras imperfectas dirigidas a mentalidades incapaces de pensar correctamente. En realidad, afirma Averroes, sólo existe un método para alcanzar la verdad: la filosofía. Este posicionamiento filosófico de Averroes resultó, desde luego, demasiado incómodo para las instancias religiosas, y por ello tuvo que vivir parte de su vida en el exilio.

Maimónedes (1135-1204) fue un filósofo hispanojudío que, como Filón, también quiso fusionar la filosofía con la fe mosaica. Intentó llegar a un punto de equilibrio entre los significados literales de los textos sagrados y las verdades racionales por medio de la interpretación alegórica3.

La recepción de Averroes en el pensamiento cristiano trajo consigo un problema: ¿Cómo adecuar la filosofía “pagana” del Aristóteles transmitido por Averroes con la fe cristiana? Los dominicos de la Sorbona, entre ellos Alberto Magno y Tomás de Aquino, trataron de llevar a cabo tal adecuación.

Alberto Magno (1200-1280) miró de mediar en las discusiones de los agustinianos con los aristotélicos. Para ello diferenció la ratio superior y la ratio inferior. San Agustín era el maestro de la ratio superior y Aristóteles el maestro de la ratio inferior. Alberto Magno afirmó la necesidad de desarrollar ambas ratios: la sabiduría se sustenta en la ratio superior que está iluminada por la fe; la ciencia, por su parte, se desarrolla desde la ratio inferior. De este modo, Alberto Magno llevó a cabo un trabajo que, manteniendo una suerte de “convivencia” entre fe y razón, se podía aplicar a la física, la metafísica y la matemática.

Tomás de Aquino (ca. 1225-1274) buscó un modo en que la filosofía aristotélica no entrara en conflicto con la ortodoxia cristiana. Con todo, a pesar de este “cuidado”, la Summa Theologiae del Aquinate fue sometida a la censura. Este pensador dividió el ámbito de la teología en teología revelada y teología racional4. La primera estaba orientada a la revelación de Cristo y la iluminación de los Santos Padres, mientras que la segunda se refería a aquellas verdades acerca de Dios que se podían alcanzar desde la razón. El Aquinate venía a decirnos, en pocas palabras, que la fe y la razón se beneficiaban mutuamente.

La filosofía medieval llegó a su fin con la filosofía franciscana. Los teólogos franciscanos —entre ellos Duns Scoto y Guillermo Ockham— de los siglos XIII y XIV desarrollaron un pensamiento muy diferente al de los dominicos de la Sorbona.

Duns Scoto (1266-1308) trató de separar los ámbitos de la fe y de la razón, atribuyendo a cada uno de ellos unas tareas y unos procedimientos distintos. La filosofía, siguiendo un procedimiento demostrativo, debía ocuparse del ente en cuanto ente y de todo lo que se podía derivar de él. La teología, por su parte, tenía que hacerse cargo de los objetos de fe haciendo uso de la persuasión. La filosofía, de este modo, quedaba circunscrita a la lógica y lo natural, en tanto que la teología quedaba orientada al misterio y lo sobrenatural.

Guillermo Ockham (ca. 1288-1347) consideraba no sólo inservibles, sino también perjudiciales los intentos tomistas de elaborar complejos sistemas metafísicos con los que se buscaba una armonía entre la fe cristiana y la filosofía aristotélica. El mundo racional y el mundo de la fe son demasiado diferentes para poderse acoplar el uno con el otro. En realidad, fe y razón son tan diferentes que no se puede hablar únicamente de una distinción, sino también de una separación. La cuestión planteada por Ockham puede resumirse así: las verdades de la fe están fuera del alcance de la razón —no son demostrables ni probables—; las verdades reveladas, pues, quedan fuera o separadas del alcance racional5.

Podemos considerar la obra de Ockham como la destrucción sistemática de la Escolástica, destrucción hecha por un escolástico, hecha conscientemente y en nombre de la religión cristiana. La Escolástica (considerada como algo importante en la historia del pensamiento, no como mera estructura socio-académica) no fue borrada por la filosofía moderna ni por la ciencia moderna; se eliminó a sí misma antes de eso.6

En definitiva, con la referida separación entre fe y razón desarrollada por la filosofía franciscana en el último período de la Edad Media, se dio por finalizado el intento de racionalizar la fe.

1Tertuliano, De Carne Christi 5, 4. Citado en Soto, P., Filosofía medieval, Universidad pedagógica nacional, p. 232.

2Anselmo de Canterbury, Proslogion, cap. 1.

3Cf. cuestión “IV. Maimónides: tres teorías sobre la creación del mundo”.

4Cf. cuestión “III. Teología y filosofía con Tomás de Aquino”.

5Cf. cuestión “II. El singular de Ockham”.

6Marzoa, F., Hist. Fil. I, Ediciones Akal, 2013, p. 337.

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