Hegel: de la objetividad griega a la subjetividad moderna

Hegel ve en Grecia un momento excelso de la relación entre la política y la ética. Y es en la πόλις donde se articuló una potente Sittlichkeit –moralidad–. Sin embargo no se alcanzó en ese mundo griego la autorreflexión subjetiva propia de la modernidad. La moralidad objetiva de la πόλις estaba hecha de usos y costumbres que determinaban un pensar y un hacer de los individuos. A juicio de Hegel, en aquella Grecia la convicción fundamentada en la libertad subjetiva brillaba por su ausencia en las acciones de los individuos. Esta convicción no emergía básicamente por tres causas: 1º) Los oráculos eran unos elementos heterónomos que marcaban la acción privada y pública. «Los griegos –escribe Hegel– más que decidirse por sí mismos, lo hacían movidos por causas ajenos a ellos.»1 Sócrates representó con su muerte la muerte de la πόλις en la medida en que defendía a ultranza una convicción personal impensada para un griego2. 2º) La esclavitud, que era un producto de los usos y costumbres. 3º) La democracia directa que resultaba impracticable para Estados que no fuesen pequeños.

Nuestro pensador alemán introduce un nuevo concepto: el Espíritu. Con tal concepto la filosofía de la historia kantiana, formulada como hipótesis y como garantía moral de que los sacrificios humanos no habían sido en vano, adquiere ahora un carácter ontológico: «[…] la historia universal se mueve en un nivel propiamente superior al de los individuos y exige y realiza el fin último del Espíritu, fin que es en sí por sí.» La modernidad como momento histórico es superior a los anteriores y la libertad se despliega en tal momento moderno gracias a un Estado que hace posible «[…] objetos sustanciales de orden universal, tal como justicia y la ley […] El Espíritu, Dios o la Idea absoluta son distintos nombres en los que Hegel se refiere al carácter forzoso del desarrollo histórico.» El Espíritu es una razón cósmica que dirige a lo humano «[…] hacia un desenvolvimiento del mundo en orden a que el Espíritu se realice.» El Espíritu es un proceso que se conoce a través de sujetos finitos, contingentes e históricos.

Para Hegel la caída de la Grecia clásica recién referida se debió, pues, al emerger de la «interioridad que se hace libre para sí misma.» Se abrió paso la autorreflexión subjetiva de la conciencia dejando en ruinas un mundo griego en el que no llegó una idea cristiana que marcaría la dimensión moral de la modernidad: «la conciencia entendida en el sentido de que yo soy aquello mismo que yo me hago ser.» Más tarde, con la Reforma –consistente en desmantelar los elementos de exterioridad impuestos por la Iglesia católica– acaba constituyéndose el sujeto moderno. Con el luteranismo se profundiza la subjetividad del sujeto moderno: «El individuo, pues, sin la mediación de la burocracia eclesial, se hace depositario del contenido de la fe, en una relación inmediata con Dios.» De hecho, el individuo se libera de todas las objetivaciones exteriores –Estado, Iglesia, tradición, derecho, propiedad, etcétera– «[…] y todo debe determinarse ahora según el concepto de la voluntad libre.» Esto supone una radical libertad y autonomía del individuo.

1Lo aquí expuesto está tomado de Fernando Quesada en La aventura de la moralidad, Alianza editorial, 2007.

2«Reconocí a Sócrates y a Platón como síntomas de ruina, como instrumentos de la disolución griega, como seudogriegos, como antigriegos» (Nietzsche, 2013).

Un bufón ignorante

En esta mirada interior, en este pensar mi pensar se manifiesta una pretensión: descubrir qué hay ahí. Y ahí se manifiesta una interpretación autorreflexiva que me deja claro que no hay nada claro. Mi pensar no es un sistema categorial macizo y lógico, sino una palpitación que se produce en las entrañas de una vida. Mi pensar es un vivir una caída en el vacío donde las certezas radicales y absolutas jamás han sido siquiera rozadas. ¿Pensamiento sistemático aquí? No, todo lo contrario. Las líneas rojas de conceptos como conciencia, autoconciencia, razón, intuición, entendimiento, etcétera, han sido borradas por mi ignorancia. Tales conceptos deambulan en un sin fin de textos filosóficos como relatos coherentes que, de algún modo, están en ese mundo para disolver mi sonrisa extravagante de orate. Pero sigo con la misma sonrisa anclada entre mi nariz y mi barbilla. ¿Soy un ignorante con máscara de escéptico? Simplemente soy un bufón ignorante.

Un día Sartre dijo que él y los suyos, esto es, los existencialistas ateos, querían elevarse por encima de las cabezas de los demás a través de una doctrina basada en la verdad cartesiana: «“Pienso luego existo”, esta es la verdad absoluta de la conciencia captándose a sí misma»1. Al leer esto salté y di una voltereta en el aire mientras aplaudía. ¿No resulta gracioso fundamentar una doctrina en una falsedad absoluta disfrazada de verdad absoluta? Pero, ¿cómo? ¿Estoy hablando del absoluto? Sí, porque soy un bufón ignorante. Sólo he puesto este ejemplo para no extenderme, pues, al fin y al cabo, toda doctrina está fundamentada en falsedades. ¿Doctrina? Un querer aparentar algo que no se es. ¿Por qué digo estas cosas? Soy un bufón ignorante y, por tanto, un charlatán, aunque, por lo demás, no soy maligno. En efecto, aquí no hay maldad, sino sólo ignorancia, una ignorancia que despliego a espuertas de un modo libre sin saber si existe la libertad. ¿Qué es la libertad? Encerradme y tal vez pueda responder. Sea como fuere, mi pensar bulle caótico sin reconocerse en el espejo de más de dos mil quinientos años de filosofía occidental. Lo sé, a mi ignorancia tengo que añadir la pesadilla de ser un occidental que no deja de mirarse el ombligo en una constante autorreflexión que requiere cierta elasticidad física y mental.

La sonrisa no se me borra del rostro a pesar de que insistan en enseñarme que la conciencia pretende llegar al saber verdadero o que es un acto de saber, que no es la razón sino el intelecto el que me lleva a la verdad, que «siempre que la mente consciente está ocupada, el resto de los candidatos de la percepción tiene que esperar en un retén inconsciente»2, etcétera. Doy volteretas en el aire mientras me pregunto: ¿Qué es pensar? Es un modo de vivir que ve cómo las cosas pasan. Es una experiencia vivida desde un lugar en el que todo va sucediendo y va quedando atrás como una fantasía borrosa. El pensar es ver un extraño juego con forma de broma de mal gusto. El pensar del que estoy hablando es mi pensar, el pensar de un bufón ignorante que a toda verdad le hace una mueca de disgusto no porque no la desee, sino porque toda verdad queda disuelta en la nada a causa de ese extraño juego antes referido. El olvido es el destino de todo pensar. Esta es la más pura reflexión de la que es capaz de realizar un bufón ignorante como yo. Salto de concepto en concepto haciendo piruetas en el aire, y en este ir saltando haciendo cabriolas, me dirijo al desierto del olvido donde ni tan solo es posible lo eterno, pues ¿qué es la eternidad? Una fantasía que habita en mi pensar.

1Sartre, El existencialismo es un humanismo. Apud Gómez 2014.

2Dehaene, 2016.

Pensamiento de pensamiento

Hegel
Georg Wilhelm Friedrich Hegel

Estoy todo el rato moviéndome en torno al “pienso mi pensar”. Doy círculos a esta idea sin entrar en sus entrañas no porque no quiera sino porque el límite de mi propio pensar no me permite mayor penetración. Pero de todas formas sigo dándole vueltas a este espacio que llamo conciencia y en el que me muevo libremente –o eso creo–. Desde aquí, desde la conciencia, escucho el palpitante corazón del pensamiento que entra en un estado de autorreflexión. Y así, con esta autorreflexión, en verdad vivo la experiencia de la conciencia. Y en este punto, en esta situación recién descrita, reconozco el mundo de Hegel en el que por un instante voy a perderme, pues ¿cómo no perderse uno en tal mundo?

Hegel relata la historia de la conciencia en su Fenomenología. En esta historia, gracias a la filosofía, la «absoluta verdad» es aprehendida por medio del conocimiento absoluto, siendo éste el espíritu que se conoce a sí mismo como tal espíritu. «Lo absoluto es el espíritu; he aquí la definición del absoluto»1. Este espíritu tiene su motor en la libertad, la cual le empuja a tener conciencia de sí. «El espíritu es un proceso, un devenir, que ha de llegar a la plena conciencia de sí […]»2. ¿Pero cómo se llega a esa conciencia de sí? ¿A través de qué medio? El espíritu es pensante «y es el pensamiento de que es y de cómo es»3. La tarea del espíritu consiste en «producirse, hacerse objeto de sí mismo, saber de sí»4 y «lo primero que el espíritu sabe de sí, en su forma de individuo humano, es que siente»5.

Salvando las infinitas distancias con el espíritu hegeliano, con “pienso mi pensar” reconozco en este algo de aquel. De algún modo, con mi autorreflexión despliego una actividad filosófica de cierto cariz hegeliano en la medida en que para Hegel el espíritu humano sólo puede llegar a la autorreflexión por medio de la filosofía. ¿Qué es la filosofía para Hegel? «Es el pensamiento del pensamiento»6.

1Hegel, Apud Grondin, 2006.

2Grondin, 2006.

3Hegel, 2007.

4Ibíd.

5Ibíd.

6Ibíd.

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