La Fortuna favorece a los monstruos

Dicen que Calígula solía repetir estas macabras palabras: “Oderint, dum metuant” (¡Que me odien, con tal de que me teman!). Sólo un monstruo puede tener tanta afición a semejantes palabras. ¿Fue Botitas realmente un monstruo? Dejemos que los historiadores discutan sobre ello y, mientras tanto, sigamos con este relato asumiendo como hipótesis que sí, que Calígula fue un monstruo.

Los monstruos suelen ser objeto de odio por parte del pueblo. ¿Y Tiberio fue un monstruo? Me remito a lo ya dicho en el caso de Calígula y postulemos como hipótesis que sí, que Tiberio también fue un monstruo. ¿Qué hizo el pueblo de Roma cuando se enteró de que el emperador había muerto? Salir a la calle y gritar: “Tiberum in Tiberim” (¡Tiberio al Tíber!). ¡Ay, la rueda del odio y el temor es una basura que siempre acaba arrojada al río! “Nihil novum sub sole” (Nada nuevo bajo el sol).

¿Cómo sobrevivir a los monstruos? Miremos a Claudio. ¿Por qué su sobrino no lo mató? Porque era un bufón muy gracioso. ¿Es lo mismo un tonto que un bufón? No. Y me explico: un bufón con gracia será cualquier cosa menos un tonto.

Estos personajes históricos recién mencionados pertenecen a un “mundillo” Imperial que tiene mucho de tragedia griega. ¿Por qué será? ¿Acaso por aquello que decía Horacio? Recordemos sus palabras: “Graecia capta ferum victorem cepit et artis intulit in agresti Latio” (La Grecia conquistada a la fiera vencedora conquistó, y las artes introdujo en el inculto Lacio).

Viendo el desarrollo de los acontecimientos en la referida tragedia, a lo mejor sería buena idea cambiar el “Audaces Fortuna iuvat” (La Fortuna favorece a los valientes) por un “Monstra Fortuna iuvat” (La Fortuna favorece a los monstruos). Se me objetará que tal cambio no refleja la realidad, pues sólo hace falta ver cómo acabaron los referidos monstruos “históricos”. Pero vamos a ver, ¿cómo suelen acabar los valientes “históricos”?

Brevísimo repaso a la dinastía Julio-Claudia a partir de Tiberio

La estructura imperial de Augusto sostuvo de un modo diríamos que sólido más de medio siglo de sucesiones imperiales de la dinastía Julio-Claudia, y después de ésta, la de los Flavios y la de los Antoninos. Examinemos ahora de una manera muy sucinta la dinastía Julio-Claudia a partir de Tiberio.

– Tiberio (14-37 d.C.)

Fue un hombre capaz en lo militar y en lo político, y, a pesar de su mente atormentada, su gobierno fue competente. Buscó la colaboración de los senadores y logró que el Imperio tuviera un buen sustento económico. Además, disipó la amenaza germana, vengando, por añadidura el desastre de Teotoburgo.

– Calígula (37-41 d.C.)

Una grave enfermedad trastornó su carácter, y con ello puso en serias dificultades el tesoro del Imperio, llevando una política caprichosa –o si se prefiere, demencial–. Gobernó de una manera despótica y, al cabo, una revuelta pretoriana acabaría con su reinado.

– Claudio (41-54 d.C.)

Considerado incluso por su propia familia un imbécil, los pretorianos lo eligieron como sucesor de Calígula cuando ya tenía cincuenta años. Cultivado en letras, fue en líneas generales un buen gobernante y expandió el Imperio en la Britania. Su gobierno se apoyó –en exceso según algunas fuentes– en ciertos libertos, hombres notables que formaron algo así como un gabinete imperial. Claudio se casó cuatro veces, siendo su última esposa su sobrina Agripina, cuyo hijo sería al cabo el sucesor del emperador –descartando así a su propio hijo Británico para la púrpura imperial–. Los antiguos historiadores consideraron que Agripina asesinó con veneno a Claudio y que su hijo Nerón utilizó el mismo método con Británico –el hijo de Claudio.

– Nerón (54-68 a.C.)

En tanto Nerón se concentraba en sus “actuaciones” artísticas, sus generales mantenían en pie el Imperio en tanto sofocaban rebeliones –podemos destacar en esta tarea, por ejemplo, a Vespasiano y a su hijo Tito en Judea–. Se le atribuye una larga lista de asesinatos en su haber –v.g. Británico, su madre Agripina, su esposa Octavia, etcétera–.

La sucesión de Nerón trajo una época muy convulsa, pues cuatro aspirantes al poder imperial vistieron la púrpura en el plazo de un año (68-69 e.c.).1

1Salinero, R. G., Manual de iniciación a la historia antigua, Editorial UNED, 2022, p. 375.

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