La revolución copernicana – V: Las observaciones de Galileo

Acabo esta serie dedicada a la revolución copernicana con las observaciones que realizó Galileo gracias al telescopio, un instrumento que él mismo inventó. Galileo hizo posible que lo que está tan distante a nosotros estuviera, por decir así, un poco más cerca y, en justa consecuencia, que se pudiera constatar la falsedad de ciertas teorías que habían sido consideradas como absolutamente ciertas durante casi dos mil años.

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El salto parmenídeo de la Luna al Ser

Parménides: Un salto de la Luna al Ser de [Francisco Javier Font Moa]

El salto parmenídeo de la Luna (objeto concreto) al Ser (objeto universal) forma parte, si se puede decir así, del proceder de la filosofía inicial griega que Aristóteles describe en estos términos:

Lo que en un principio movió a los hombres a hacer las primeras indagaciones filosóficas fue, como lo es hoy, la admiración. Entre los objetos que admiraban y de que no podían darse razón, se aplicaron primero a los que estaban a su alcance; después, avanzando paso a paso, quisieron explicar los más grandes fenómenos; por ejemplo, las diversas fases de la luna, el curso del sol y de los astros y, por último, la formación del Universo.1

Precisamente esto es lo que hace Parménides al estudiar la Luna: trata de explicar sus cambios (παθήματα), o sea, sus diversas fases y, a partir de pruebas empíricas que obtiene de este admirar la Luna elabora una suerte de conjetura universal que pretende dar cuenta del origen de todo (τῆς τοῦ παντὸς γενέσεως), un origen de todo que es, al mismo tiempo, todo lo que es (el Ser, o sea, toda la realidad), y todo lo que es es un todo inmutable que fue eternamente, es y será siempre el mismo2: el Ser. Por tanto, el poema de Parménides es, entre otras cosas, una cosmología (se explica la estructura del mundo) que incluye una cosmogonía (se explica el origen del mundo).

1(Aristóteles, 2007, p. 46 – Lib I II).

2He tomado el “fue eternamente, es y será” de Heráclito cuando en B30 describe el mundo del siguiente modo: «Este mundo, el mismo para todo, no lo hizo ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que fue eternamente, es y será un fuego siempre vivo, que se enciende según medidas y se apaga según medidas». Obsérvese que mientras el mundo heraclíteo es algo vivo que permanece en permanente cambio según lo que dicta un lógos “de fuego”, el mundo parmenídeo se queda para siempre en su inmutable “posición”, lo cual nos hace pensar que con el Ser del eleáta no tiene sentido hablar de un pasado (“fue”: ἦν) y un futuro (“será”: ἔσται), pues en el ámbito del Ser sólo puede darse un obstinado y «muerto» presente (“es”: ἔστιν) que deja fuera de toda posibilidad el ayer y el mañana.

(Por culpa de / gracias a) la Luna (Parménides)

Parménides provocó un terremoto filosófico que ha continuado hasta la actualidad, pues sigue sacudiendo las mentes de aquéllos que piensan el ser y la verdad. Desde ese corazón sin temblor de la bien redondeada Verdad del que habla la diosa en los últimos versos de B1, el eleata hizo temblar las seguras y convencidas opiniones de los mortales. Se produjo un escándalo con su inmutable Ser, pues este resultaba demasiado paradójico o irreal para ser la verdadera realidad. Zenón de Elea, amigo y discípulo de Parménides, trató de contener las protestas que se lanzaban contra el sistema parmenídeo:

Las afirmaciones de Parménides iban en contra del sentido común, por lo que arreciaron las críticas contra su Ser. En defensa de Parménides y su Ser se levantó su discípulo Zenón, un pensador dotado de una formidable dialéctica. Polemizó sobre todo contra los pitagóricos, los cuales defendían su ser múltiple, móvil y compuesto por infinitos indivisibles. Los pitagóricos recurrieron al método infinitesimal a raíz del descubrimiento del número irracional para dar cuenta de su ser múltiple, y ésta fue la mejor baza para que Zenón forjara sus epiqueremas destructores de los postulados pitagóricos. A partir del “infinito”, Zenón desplegó paradojas y aporías que, a su juicio, dejaban bien claro que el ser múltiple, móvil y compuesto por infinitos indivisibles de los pitagóricos era mucho más inconcebible que el Ser uno e inmóvil de su maestro.1

¿Por qué una realidad inmutable y con forma de esfera? ¿Qué motivó a Parménides a concebir una realidad tan extraña que provocaba una protesta generalizada? Si tomamos la interpretación de Popper, diremos (medio en broma) que la culpa la tuvo la Luna. Parménides descubrió que las fases crecientes y menguantes del satélite eran sólo aparentes, y a partir de sus observaciones llegó a la conclusión que el cambio corporal de la Luna no era sino un simple juego de sombras. Y del caso concreto, esto es, el de la Luna, Parménides hizo lo que solían hacer otros pensadores de su tiempo, a saber, generalizar2. Si por ejemplo Tales de Mileto apuntó que todo es agua3 y Heráclito que todo es fuego y que todo cambia4, el eleata, por su parte, hizo en este sentido lo mismo –generalizó (universalizó)– y postuló que todo es lo mismo (πᾶν ἐστιν ὁμοῖον) y es uno (ἓν), o sea, Ser.

Los cosmólogos griegos –con su estilo tradicional5 trataron de explicar este mundo en el que los hombres vivimos a partir de una realidad verdadera que permanece oculta a ojos del hombre común. Pero Parménides rompió esta tradición –explica Popper– , y así el eleata llegó a realizar una inversión de ese estilo tradicional. El mundo real (el Ser) que Parménides ve desde su pensar no explica este mundo de las apariencias (una ilusión), por el contrario, a partir del mundo de las apariencias Parménides lleva a cabo una «[…] Gran Revolución que nos obliga a construir el mundo verdadero […]»6.

Sea como fuere, por culpa de la Luna o no, lo que resulta evidente es que la refutación de la realidad del movimiento causó un terremoto filosófico. Y este terremoto tuvo diferentes epicentros, siendo uno de los más destacables el atomismo de Leucipo y Demócrito. El antiguo atomismo impugnó la tesis de Parménides afirmando empíricamente la existencia del movimiento y que no está todo lleno. Digamos que el atomismo griego se desarrolló gracias a la refutación del Ser parmenídeo, lo cual supuso una extraordinaria anticipación a las actuales teorías acerca de la composición de la materia7.

En la presentación de este trabajo hice referencia a la oscuridad no de Heráclito, sino la de Parménides, mas esta oscuridad –al igual que pasa con la atribuida al efesio– queda en gran medida aclarada si prestamos atención a lo que dice el pensador inicial griego, una atención que debe tener en cuenta diferentes interpretaciones para encontrar la explicación más ajustada a ese decir. Probablemente algo así hizo en su momento Popper, y es por eso que llegó a escribir: […] el poema cosmológico de Parménides es de importancia crucial en nuestra historia. Y su obra, lejos de ser misteriosa, estar mal interpretada y ser históricamente imposible, aparece ahora como lúcida, bella, comprensible y de importancia histórica decisiva.8

1Moa, 2021, p. 33.

2«Lo que es real es el inalterable universo en bloque, redondo, pesado y denso, que viene a ser una generalización de la Luna inalterable, pesada y redona.» (Popper, 1999, p. 125).

3«Como primer principio (ἀρχή) establece algo que era muy común entre las antiguas cosmogonías orientales: el agua. Aristóteles y Diógenes Laercio le atribuyen una frase en la que se dice que todo está lleno de dioses: Θαλῆς ᾠήθη πάντα πλήρη θεῶν εἶναι (Tales admitió que todo está lleno de dioses). Por tanto, Tales tenía un concepto animista de la materia. En cuanto a establecer el agua como principio, Aristóteles hace algunas conjeturas, apuntando que acaso el milesio observó que el alimento siempre está húmedo y que las semillas tienen humedad, y a partir de esto deduciría aquél que el agua era algo así como el ser de todas las cosas, esto es, el ἀρχή τῆς φύσεως (el principio de la φύσις). Además, sostener que el agua es principio de todas las cosas supone defender, si se puede decir de esta forma, una idea monista como “todo es uno”, lo que no deja de ser un axioma metafísico.» (Moa, op.cit, pp. 8-9).

4«Y si todas las cosas son uno (el ser), de ese uno tienen que salir todas las cosas, concluye Heráclito. De esta forma, admitiendo unidad del ser y, a la vez, concediendo la existencia de un permanente cambio, el filósofo de Éfeso llega a la concepción de la unidad en la diversidad, de la diferencia en la unidad. Como apunta Fraile, el monismo de Heráclito se concilia con un cierto pluralismo. Con todo, para el de Éfeso la lucha de contrarios es esencial al ser Uno y éste sólo puede existir necesariamente a partir de la tensión de los contrarios. Y esta tensión de los contrarios la encarna el fuego que es principio (ἄρχε) de todas las cosas. Todo se transforman en fuego y el fuego en todo, siendo la totalidad de las cosas siempre la misma: el ser uno.» (Moa, op.cit., pp. 21-22).

5Popper señala que Parménides realiza una inversión del estilo tradicional.

6Popper, 1999, p. 127.

7«El atomismo planteó una nueva solución a la unidad del ser y la pluralidad de las cosas. Se trató de una “[…] anticipación genial a las modernas teorías acerca de la constitución de la materia”. El ser es material lleno, el no-ser vacío. El elemento último de la materia es el átomo (ἄτομος), esto es, lo indivisible. Los átomos son las figuras indivisibles (αἱ ἄτομοι ἰδέαι). Son figuras porque tienen forma y tamaño determinado: pueden ser redondos, angulosos, lisos, ásperos, más grandes o más pequeños los unos de los otros –pero siempre tan pequeños que son invisibles a la mirada humana–. A causa de su reducido tamaño resultan invisible para el hombre. Un átomo tiene extensión, volumen y peso, pero no tiene caracteres cualitativos como color, sabor, etcétera. ”Los átomos son el elemento positivo del ser”.» (Moa, 2021, pp. 41-42).

8Popper, op. cit., p. 129.

Mi deseo es otro ruego

sunset-on-the-seine-in-winter - Claude Monet
Puesta de sol en el Sena en invierno – Claude Monet

El sol está ya bajando
encarnado y jadeante.
Y me lo quedo mirando
en este preciso instante.

Mi deseo es otro ruego
que arderá vivo en el fuego
que da calor a una luna
que de los sueños es cuna.

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