Satisfechos e insatisfechos

Igual es que tengo mala suerte. Tal vez es que la busco. Sea como fuere, no hay día en que no me encuentre con un satisfecho de sí mismo. En esencia, el satisfecho de sí mismo se complace de ser tal como es, considerándote a ti, en el mejor de los casos, un “extraño” por no tener su mismo repertorio constituyente, si es que se puede decir de esta manera. Lo más inquietante de un satisfecho de sí mismo es esa alegría impostada que llena cada agujero de su alma con un orgullo muy desagradable para el olfato de cualquier sabueso.

Pero no por criticar al satisfecho voy a dejar de criticarme a mí mismo, o sea, un insatisfecho de sí mismo. ¿Qué soy yo? Una caída permanente sin consuelo que me deja siempre con una tremenda insatisfacción de parte a parte. De todos modos, que no cunda el pánico, al final te acostumbras a esta recurrente caída, aunque lo malo es que nunca sabes caer bien. Y mira que lo sé, que el carácter de un ser humano es su destino, pero ¿qué puedo hacer yo con mi carácter? “Deberías mejorar tu carácter”, me podría decir cualquier sanador del alma. No niego que tal “consejo” esté bien fundamentado y cargado de sólidas razones, pero es que yo soy un insatisfecho que nunca se ha propuesto mejorar su modo de ser. Es que soy tan antiguo… es que creo en el destino, en el trágico fatum que en algún lugar de este universo algo o alguien ha decretado por el puro placer que da jugar a un juego radicalmente “inocente”.

¡Oh no, ahí viene otro satisfecho de sí mismo! Sus gestos delatan su verdad hecha con los ecos producidos por el golpe de un martillo en una cabeza hueca de bronce. ¿Qué hago?

Heráclito: la responsabilidad del hombre

Enfoquemos ahora la interpretación de Ἦθος ἀνθρώπῳ δαίμων (El carácter es para el hombre su destino) [B.119] siguiendo los pasos “coincidentes” de Kirk-Raven y Guthrie.

La cita […] [B.119] niega la opinión, generalizada en Homero, de que al individuo no se le puede imputar con frecuencia la responsabilidad de sus actos. Δαίμων significa simplemente, en este pasaje, el destino personal de un hombre; está determinado por su propio carácter, sobre el que ejerce cierto control y no por poderes externos y frecuentemente caprichosos, que actúan acaso a través de un “genio” asignado a cada individuo por el azar o el Hado.1

Heráclito, según Kirk-Raven, muestra en B119 una reacción contra el desamparo moral de la mentalidad heroica que atraviesa el “mundo” homérico. El filósofo de Éfeso libera al hombre del determinismo que caracteriza la “tradicional” religión griega, esa que afirma la existencia de una divinidad que “domina” no sólo a los hombres, sino también a los dioses del Olimpo, incluso a Zeus: es una divinidad sin vida, sin leyenda, sin imagen, sin altar, a saber, es el Hado o Destino que mantiene el equilibrio del mundo moral distribuyendo a cada uno su lote de bien y mal2.

Heráclito, por tanto, hace al hombre responsable de su destino, el cual lo labra según su inteligencia y prudencia, esto es, según su relación con el λόγος. Es por esto que Guthrie señala que el δαίμων que expone Heráclito lo aparta de las supersticiones religiosas para llevarlo al terreno de lo ilustrado, racional y ético.

Esto confiere un relieve extraordinario a la responsabilidad humana y realza el contenido ético de la sentencia [o sea, del fragmento B.119]3

1Kirk-Raven, 2014.

2Véase el anexo “Por encima de Zeus”.

3Guthrie, 1984.

Ibn Ezra y su concepción de la astrología

Ibn Ezra (s. XI-XII, judío andalusí) desarrolla un pensamiento acerca de la influencia de cuerpos celestes y sus configuraciones sobre el carácter y el destino de los seres humanos. El pensador hebreo abre un debate medieval en el que palpitan preguntas como: ¿El ser humano está determinado por la configuración astral desde el nacimiento? ¿Qué relación hay entre la determinación astral, la divinidad y las decisiones humanas?, etcétera. Ibn Ezra observa que todas las sustancias están compuestas de materia y forma y que, entre ellas, de un modo u otro están conectadas. En definitiva y en consecuencia, existe una dependencia de la naturaleza humana de los movimientos astrales.

La cuestión central es, si usted lo quieren llamar así, la influencia astral sobre el individuo. Ésta influencia depende de la combinación de dos naturalezas, a saber, el astro y el receptor de la mencionada influencia. Ahora bien, resulta decisivo el receptor a la hora de esclarecer si la influencia es positiva o negativa. Veamos como Ibn Ezra nos ofrece una imagen de esta influencia:

Sabe que la naturaleza del que actúa cambia según la naturaleza del que recibe [la influencia], así el Sol blanquea la ropa y oscurece la cara del lavandero.1

Los astros, en efecto, determinan la naturaleza del individuo en los planos físico y psicológico, con lo que tenemos algo que es predecible según la posición de los astros. El horóscopo de nacimiento de una persona es, por tanto, el indicador que informa qué destino le ha tocado en función de algo que no depende de él: la posición de los astros. Josefina Rodríguez Arribas subraya la influencia filosófica del estoicismo con su fatum2 en el pensamiento de Ibn Ezra en esta cuestión, señalando, con ello, que el asunto fundamental en todo esto no es sino la actitud personal frente al invariable destino. Sin embargo, queda, por decir así, una remota puerta abierta para poder escapar de este inexorable destino, a saber: cuando el seguidor de la Torá en un acto místico entra en unión con Dios, lo cual, desde luego es algo misterioso en la medida en que tal cosa debería llamarse milagro.

1Sobre Ibn Ezra (Josefina Rodríguez Arribas, “Texto de Imágenes de la influencia astral en los escritos de Abraham Ibn ‘Ezra).

2«Tanto Epícteto como Marco Aurelio están sometidos a lo que el fatum ha dicho, y lo aceptan “de buen grado” porque son estoicos.» (Moa, F., ¿Qué es eso del pensamiento helenístico?, Independently published, 2021, p. 124)

La ekpyrôsis (conflagración) estoica

La ekpyrôsis (conflagración) es una ígnea resolución periódico de todas las cosas. Se trata de una culminación cíclica del mundo. «Durante esta fase, la deidad suprema, que es equivalente al logos, la Naturaleza, está completamente absorbida en sus propios pensamientos, como el Primer Motor Inmóvil de Aristóteles (Sen. Ep., 9, 16).» Ahora bien, «[…] desde Crisipo en adelante, los estoicos identifican el logos, a través de cada ciclo del mundo, no con el puro fuego, sino con un compuesto de fuego y aire, pneuma.»…

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Epícteto y el sabio como un vencedor olímpico

Epícteto, Diss. 1, 29, 33-37:

Eso hay que recordar y saber cuando a uno le llaman a una circunstancia semejante: que ha llegado el momento de demostrar si estamos instruidos. Pues el joven que sale de la escuela y va a dar en una circunstancia así es semejante al que ha estudiado cómo resolver silogismos y si alguien le propone uno fácil le dice: ‘Proponedme mejor uno bien complicado, para que me ejercite’. También a los atletas les desagradan los contrincantes de poco peso: ‘No me levanta’, dice. Ése es un muchacho bien dotado. Pues no, sino que cuando la ocasión le reclama ha de llorar y decir: ‘Quisiera aprender todavía’. ¿El qué? Si no lo aprendiste como para demostrarlo con las obras, ¿para qué lo aprendiste? Yo pienso que alguno de los que están sentados aquí está sufriendo en sus adentros y diciendo: ‘¡Y que a mí no me llegue una circunstancia como la que le llegó a ése! ¡Que yo ahora me consuma sentado en un rincón, pudiendo ser coronado en Olimpia! Así debíais ser todos vosotros. Por otra parte, entre los gladiadores del César, los hay que se enfadan porque nadie los hace avanzar ni los empareja y ruegan a la divinidad y se acercan a los encargados para pedirles combatir; y entre vosotros ¿ninguno se mostrará como ellos? (Trad. P. Ortiz García).

Interpretación

La vida es una milicia y el ser humano un soldado que debe obedecer a su capitán. Este capitán es la voluntad divina. La virilidad del sabio, esto es, su fuerza se demuestra obedeciendo la voluntad divina. Epícteto pone de manifiesto la necesidad de unas prácticas ascéticas para hacer viable la referida obediencia. Para el pensador griego el hombre es esencialmente elección (prohairesis) y el que elige bien es aquel que acomoda su voluntad con la voluntad divina. Dicho en otras palabras, elegir correctamente es seguir a la divinidad, desear lo mismo que ella.

Considera Epícteto que la verdadera libertad consiste en obedecer la voluntad divina. Esta libertad sólo se puede alcanzar eliminando los deseos que uno tiene y que están en contra de la divinidad. Los deseos deben ser vencidos en todas las circunstancias que se le presenten al sabio estoico. El fin es vencer, obtener la victoria sobre los deseos, liberándonos de su tiranía1. Es fundamental para ello no dañar el hêgemonikón, es decir, el principio rector del ama humana –obsérvese que hay cierta identificación entre la prohairesis y el hêgemonikón, pues éste guía a aquélla–. No dañar el hêgemonikón quiere decir que el principio rector funciona al margen de las perturbaciones del cuerpo. Y esto se consigue, en general, renunciando a todas las cosas exteriores, vale decir, renunciando a todo aquello que no depende de nosotros.

Lo que nos dice Epícteto en cuanto a que la voluntad divina pone a prueba al sabio es lo mismo que nos dice Séneca, a saber: «[…] y las desgracias que le suceden al sabio sólo son pruebas que debe superar y en las que puede medir el grado de progreso moral.»2 El sabio es capaz de reconocer el poder absoluto del fatum –manifestación de la divina sabiduría– y comprende que « […] donde lo que parece un mal se muestra como lo que realmente es, un bien […]»3. «Las circunstancias difíciles son las que muestran a los hombres»4, es decir, quienes son sabios y quienes no lo son. Sin adversidades, se marchita la virtud del sabio5.

El sabio ha perfeccionado su razón al punto de «[…] crecerse en las adversidades y mostrar en su conducta una perfecta obediencia a la sabiduría divina que todo lo rige.»6 Esta obediencia es para Epícteto el papel que hemos de representar, un papel que ha sido escrito por la voluntad divina, y está en nuestra mano representarlo bien o mal. Representarlo correctamente es viviendo diciendo sí a la voluntad divina, lo cual supone muchas veces tener que aceptar cosas terribles. El sabio estoico acepta porque comprende la divinidad: La muerte, el destino y todas las cosas que parecen terribles telas en cuenta ante los ojos a diario, pero más de todas la muerte, y nunca darás cabida en tu ánimo a ninguna bajeza ni anhelarás nada en demasía. (Epíc., Enquiridión XXI)

¿Cuándo está preparado el hombre para enfrentarse a las adversidades impuestas por la voluntad divina? Cuando tal hombre es filósofo, o sea, un sabio estoico:

[El filósofo] ha suprimido en sí todo deseo y su aversión la ha enfocado sólo contra lo que, de las cosas dependientes de nosotros, sea contrario a la naturaleza. Se vale para todo de un impulso moderado. Si parece necio o ignorante, no le preocupa. Y en una palabra, se mantiene alerta vigilándose a sí mismo cono a un enemigo. (Epíc., Enquiridión XLVIII, 3)

Epícteto nos dice que el sabio tiene que reconocerse a sí mismo, interrogar su daimon. El daimon es lo que tiene el hombre en sí de divino y sólo se puede contactar con la divinidad desde ese daimon. Mirando a Marco Aurelio, tenemos en el hombre la inteligencia, esto es, el daimon y el hegemonikón que conforman la propia divinidad que en ti habita7. El sabio escucha la voluntad divina desde su propia divinidad, y lo que escucha lo comprende, a saber: tiene que enfrentarse a las adversidades que la voluntad divina le ha puesto como prueba, por eso no tiene que gritar ni enfadarse:

Piénsalo con más cuidado, conócete a ti mismo, interroga a tu genio, no lo intentes sin la divinidad. Y si te lo aconseja, sabe que quiere hacerte grande o que recibas muchos golpes. (Cf. Epíc, Diss. III, 22, 53-57).

La divinidad parece un maestro de gimnasia:

[…] cuando des con una dificultad recuerda que la divinidad es como un maestro de gimnasia, te ha enfrentado a un duro contrincante. “¿Para qué?”, pregunta. “Para que llegues a ser un vencedor olímpico. Pero no se llega a ello sin sudores.” (Epíc., Diss. I, 24, 1-5).

1Cf. Mas, 2009. p. 276.

2Ibíd., p. 268.

3Ibíd.

4Cf. Epícteto, Diss. I, 24, 1-5.

5«Se marchita la virtud sin adversario.» (Cf. Séneca, De Providentia 1, 4).

6Mas, op. cit., p. 268.

7M. Aurelio, Meditaciones III, 6.

Vive hasta morir

Antes de nacer mi alma ya estaba madura. Ningún misterio empaña la realidad. Sólo la ignorancia es capaz de no ver las cosas. Por encima de los hombros el hombre puede llegar a ver aquello que el destino ha decidido desde el principio. El perro sigue el carro porque no puede hacer otra cosa. En cada vida hay un precipicio. El trayecto es un viaje impuesto por una razón absoluta. Nada queda suelto, ni siquiera la locura del hombre creyéndose tener una razón propia.

Mi alma se dirige al precipicio. Es profundo y silencioso. Allí la música son notas sin dolor. Cuando uno llega al precipicio la mirada se cierra y el aliento se detiene. El destino nunca se deja corromper por los deseos, por los instintos, por los apetitos de un hombre que morirá para siempre. Morir para siempre, una eternidad de la que no hay posibilidad de escapar. El retorno es sólo cosa de cuentos para niños adultos.

¡Siento que me muero! ¡Y tú también! Baila conmigo esta última canción porque así el destino lo manda. Créete libre si eso te hace sentir mejor, y mientras vives tu libertad bailemos abrazados en tanto los árboles primaverales nos saludan con sus flores. ¡Vive mientras vives y muere después! Vive hasta morir y deja que tus lágrimas sean agua para una nueva vida.

El carácter es para el hombre su destino

Podemos tomar B119 de Heráclito “Ἦθος1 ἀνθρώπῳ δαίμων” y traducirlo como:

«El carácter es para el hombre su destino” 2.

Miremos de interpretar-traducir ahora este fragmento de otra manera. Pensemos que el δαίμων es, tal como nos sugiere Marzoa, “el dios”. Pero “el dios” es lo sabio (τὸ σοφόν), vale decir, el λόγος, por lo que si mantenemos la traducción de ἦθος como “carácter”, entonces podemos traducir el fragmento como sigue:

«El carácter es para el hombre su λόγος”.

Luego, con esta interpretación-traducción del fragmento, entenderíamos que el modo de ser del hombre, su carácter, vendría determinado por su λόγος en relación al Λόγος. Recordemos lo que nos decía Heidegger: «El λόγος humano es la relación con el ser, el Λόγος. Esta relación constituye la esencia del hombre»3.

Pero, ¿es correcto que mantengamos aquí la traducción de ἦθος como “carácter”? Recordemos que el significado de esta palabra en la época de Heráclito era “morada”.

1Tenemos en griego una doble etimología de la palabra ética: êthos y éthos. Con êthos se nos designa una morada, el lugar de residencia, el lugar que habitamos, y con éthos la costumbre o repetición de una actividad. Podríamos pensar en el êthos en relación con el éthos como el lugar habitual en el que se vive, estando latente, por tanto, la idea de repetición. Sea como fuere, en latín la palabra que recogió el “guante” de ambos términos griegos no fue otra que el vocablo “moral”, prevaleciendo en él la la idea de costumbre y repetición. Marzoa apunta que ἦθος (êthos) significa en la época de Heráclito “morada”, y que tal morada es la del δαίμων, esto es, la del dios y, por tanto, la del λόγος.

2Burnet traduce B119: «Man’s character is his fate»

3Heidegger, 2012 (I).

¿De qué se trata?

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Vivir es cuestión de arte y hay pocos artistas de verdad. Del vivir no se puede apropiar ninguna disciplina porque la vida del espíritu pertenece a un ser que piensa. Son tantas cosas las dichas por las lenguas y tan pocas las pronunciadas por la razón que al mirar el horizonte uno puede llegar a comprender por qué aparece la línea desdibujada. El problema de todo empieza por uno mismo, después el problema crece con los demás. Sólo el artista es capaz de convertir la catástrofe una obra de arte vital. No hablo de cuadros, no hablo de esculturas, no hablo de poesías, ni siquiera de palabras que a ojos de alguno puedan parecer bellas, hablo del vivir como único arte significativo, sustancial, radicalmente abandonado a la intemperie de lo humano y de lo inhumano. Y que no me vengan con la cultura: todos mienten igual. Son tantos los que te dirán qué es el vivir que acaso olvides, por un instante, tu propia vida en la cuneta del silencio. El suicidio intelectual es el que está más extendido por todos los rincones de un mundo cuyas cabezas se tuercen para escuchar y olvidar lo que son. No negaré que, a lo mejor, yo sea una de esas cabezas, pues, vivo como un perro atado a una cadena. Tal cadena es la duda, la duda que me hace ladrar lo que digo.

No se trata de averiguar cómo ser feliz, eso es cosa de filósofos, religiosos y gente con buenas intenciones que te llaman a la puerta para enfermarte todavía más. Todos ellos babean con los sermones de sus sacerdotes mientras la vida se les escapa por el sumidero de la idea, el concepto, el dios, el sistema, la doctrina. Tan arraigadas están entre ellos la imagen de la felicidad como la del amor, y así echan raíces y brotan en primavera sin pensar que el invierno hiela la sangre. La trabazón es una grieta, sólo eso. ¿De qué se trata entonces? Si lo supiera escribiría con otro tono, con otras palabras que rodarían solas cuesta abajo. La duda es mi fundamento, mi fondo sin fondo, mi carácter y, en fin, también mi destino. Yo transito entre el Heráclito que llora y el Demócrito que ríe. Este es mi camino, un camino que es una circunferencia, y son aquéllos un punto: el principio y el fin que se confunden en el círculo. Soy y no soy.

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