Escéptica serenidad del espíritu

Sexto Empírico Hyp. Pirr. I, 25-30:

Pues bien, desde ahora decimos que el fin del escepticismo es la serenidad de espíritu en las cosas que dependen de la opinión de uno y el control del sufrimiento en las que se padecen por necesidad. En efecto, cuando el escéptico, para adquirir la serenidad de espíritu, comenzó a filosofar sobre lo de enjuiciar las representaciones mentales y lo de captar cuáles son verdaderas y cuáles falsas, se vio envuelto en la oposición de conocimientos de igual validez y, no pudiendo resolverla, suspendió sus juicios y, al suspender sus juicios, le llegó como por azar la serenidad de espíritu en las cosas que dependen de la opinión. Pues quien opina que algo es por naturaleza bueno o malo se turba por todo, y cuando le falta lo que parece que es bueno cree estar atormentado por cosas malas por naturaleza y corre tras lo –según él piensa- bueno y, habiéndolo conseguido, cae en más preocupaciones al estar excitado fuera de toda razón y sin medida y, temiendo el cambio, hace cualquier cosa para no perder lo que a él le parece bueno. Por el contrario, el que no se define sobre lo bueno o malo por naturaleza no evita ni persigue nada con exasperación, por lo cual mantiene la serenidad de espíritu.

La verdad es que al escéptico le ocurrió lo que se cuenta del pintor Apeles. Dicen, en efecto, que –estando pintando un caballo y queriendo imitar en la pintura la baba del caballo- tenía tan poco éxito en ello que desistió del empeño y arrojó contra el cuadro la esponja donde mezclaba los colores del pincel, y que cuando ésta chocó contra él plasmó la forma de la baba del caballo.

También los escépticos, en efecto, esperaban recobrar la serenidad de espíritu a base de enjuiciar la disparidad de los fenómenos y de las consideraciones teóricas; pero no siendo capaces de hacer eso suspendieron sus juicios y, al suspender sus juicios, les acompañó como por azar la serenidad de espíritu, lo mismo que la sombra sigue al cuerpo. (Trad. A. Gallego Cao y T. Muñoz Diego).

El punto de partida del escéptico –a juicio de Sexto Empírico–, es liberarse de la inquietud y para ello buscan un criterio que permita fijar la verdad y la falsedad. Pero este búsqueda resulta un fracaso, mas, sin embargo, logran de un modo azaroso la finalidad última que se habían propuesto: liberarse de la inquietud gracias a una suspensión del juicio, una suspensión que resulta inevitable cuando ha quedado descartado un criterio para decir qué es lo verdadero y qué es lo falso. Obsérvese que, a diferencia de los dogmáticos –estoicos y epicúreos–, los escépticos rechazan la posibilidad de un conocimiento objetivo del mundo. Por tanto, a partir de la suspensión del juicio –epochê– los escépticos alcanzan ese fin ético consistente en la liberación de la inquietud, un fin que coincide con la ataraxia de los epicúreos y la apatheia de los estoicos.

Los seres humanos creen que conociendo la verdad de las cosas, lo que son, lo que es, pueden alcanzar la serenidad del espíritu, pero se equivocan según el escepticismo.

Los escépticos dicen que el fin consiste en la suspensión del juicio, a la que sigue como una sombra la paz del alma. (Diógenes Laercio IX, 61).

Así pues, el escepticismo sienta la base de una teoría moral y esta es la novedad que introduce Pirrón en el pensamiento ético. «El escéptico desea purgar la vida de todo compromiso cognitivo y toda creencia, y con intencionalidad práctica: liberarse de la inquietud.»1 Tenemos aquí la figura de Pirrón, el fundador del escepticismo, una figura insoslayable para quien acude a los escépticos. Pirrón contacta con los gimnosofistas de la India, explica Diógenes Laercio, introduciendo el concepto de inaprehensibilidad y de suspensión del juicio. No existe nada bueno, vergonzoso, justo, injusto, etcétera, e igualmente que nada es en verdad, sino que los hombres se comportan en todo según la ley y la costumbre. La vida de Pirrón es una vida llena de experiencias, y el contacto con formas orientales de sabiduría, «[…] le condujo a una actividad vital escéptica.»2 ¿Cómo ser feliz? Para ser feliz es indispensable la tranquilidad: «Pirrón quiere ser feliz, para lo cual es indispensable vivir tranquilamente, con serenidad, en paz con los demás y consigo mismo; busca un estado de ánimo constante, sin dejarse perturbar por los avatares de la fortuna o por la multiplicidad de opiniones.»3

La suspensión del juicio (epochê) es el medio que tiene el escéptico para alcanzar la serenidad del espíritu. ¿Y cómo lo hace para suspender el juicio? «El escéptico es una dynamis antithetikê, una habilidad o capacidad para encontrar que a cualquier argumento puede oponerse otro de igual peso y fuerza para así adquerir la serenidad del espíritu.»4 Esquemáticamente el proceso que llevaría a cabo el escéptico para alcanzar la ataraxia (serenidad del espíritu) sería:

Investigación → Oposición → Equipolencia → Epochê → Ataraxia.

Se puede decir que quien acude a los escépticos no quiere adquirir nuevas creencias, ni tampoco poner en cuestión las que ya tiene: «Cesa de preocuparse por cuál de ellas es verdadera, tratándolas como impresiones cuyo valor de verdad es indeterminado.»5

1Mas, 2009, p. 236.

2Ibíd., p. 237.

3Ibíd.

4Ibíd., p. 238.

5Ibíd.

Escepticismo extremo y escepticismo moderado

En el mundo helenístico el dogmatismo está representado sobre todo por el estoicismo. Y el estoicismo es “acompañado” por el escepticismo como si fuera su sombra. El dogmático afirma la posibilidad de un conocimiento racional definitivo de la realidad en tanto que el escéptico lo pone en cuestión. Tal cuestionamiento tiene una motivación concreta: «El escéptico desea purgar la vida de todo compromiso cognitivo y toda creencia, y con la intencionalidad práctica: liberarse de la inquietud.»1 Para hacer efectiva esta purga, el escéptico, se abstiene a juzgar, esto es, lleva a cabo la supresión del juicio (epochê)…

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Toda desgracia la considera el estoico una prueba

Epícteto, Diss. 1, 29, 33-37:

Eso hay que recordar y saber cuando a uno le llaman a una circunstancia semejante: que ha llegado el momento de demostrar si estamos instruidos. Pues el joven que sale de la escuela y va a dar en una circunstancia así es semejante al que ha estudiado cómo resolver silogismos y si alguien le propone uno fácil le dice: ‘Proponedme mejor uno bien complicado, para que me ejercite’. También a los atletas les desagradan los contrincantes de poco peso: ‘No me levanta’, dice. Ése es un muchacho bien dotado. Pues no, sino que cuando la ocasión le reclama ha de llorar y decir: ‘Quisiera aprender todavía’. ¿El qué? Si no lo aprendiste como para demostrarlo con las obras, ¿para qué lo aprendiste? Yo pienso que alguno de los que están sentados aquí está sufriendo en sus adentros y diciendo: ‘¡Y que a mí no me llegue una circunstancia como la que le llegó a ése! ¡Que yo ahora me consuma sentado en un rincón, pudiendo ser coronado en Olimpia! Así debíais ser todos vosotros. Por otra parte, entre los gladiadores del César, los hay que se enfadan porque nadie los hace avanzar ni los empareja y ruegan a la divinidad y se acercan a los encargados para pedirles combatir; y entre vosotros ¿ninguno se mostrará como ellos? (Trad. P. Ortiz García).

Interpretación

El hombre está sometido a toda suerte de desgracias en esta vida. Pero el hombre bueno, esto es, el sabio estoico, es capaz de permanecer inmutable ante las adversidades y superarlas. Este sabio, como los atletas y los gladiadores, se crece ante las dificultades. «Toda desgracia la considera [el hombre bueno] una prueba»1. El deber de este hombre consiste en luchar ante la circunstancia adversa y vencerla. Y para ello, como el atleta que cuida su vigor físico por medio de una dura preparación, así también el sabio se instruye. Se trata de enfrentarse a situaciones difíciles y superarlas. No es fácil, nada fácil. Sólo ante las más duras pruebas se puede ver del atleta «cuán grande y cuál es su poder»2. Lo mismo ocurre con el sabio. Los hombres buenos –los sabios estoicos– no temen las circunstancias duras y difíciles y no se quejan del destino, pues se lo toman todo por el lado bueno, transformándolo en bueno.

Es necesaria la entereza y el adiestramiento para superar las penalidades. Las fuerzas se miden ante la adversidad, la dificultad. Todo esto se requiere para una pugna con la fortuna: «[…] a menudo la fortuna llegó a superarte, y, sin embargo, no te entregaste, antes te sobrepusiste y enfrentaste con ella con más energía; grande ánimo, en efecto, se infunde a sí misma la virtud que ha sido espoleada.»3 Como el púgil derribado que se vuelve a alzar es el estoico.

¿Cuál es la recompensa de esta lucha? ¿Qué aporta esta obstinada no-rendición al sabio estoico? Al superar la adversidad, el haber derrotado a la fortuna, ello ayuda a consolidar la virtud, a que el alma se torne firme y que sea, de esta manera, alcanzable una paz para el futuro. «Las circunstancias difíciles son las que muestran a los hombres»4, esto es, muestra quién es sabio. Y el sabio no lo es sin sudores.

El sabio es capaz de derrotar a la fortuna, de hacer frente a la circunstancia adversay vencerla, también de no quejarse del destino que le ha tocado vivir. ¿Pero cómo es esto posible? ¿Acaso el lógos providente no lo determina todo y, por tanto, el destino del hombre es inamovible sin importar lo que haga? Esto último apunta al razonamiento ocioso, el cual señala la inutilidad de la acción en la medida en que ésta no sirve de nada, pues ella no puede cambiar el destino. Crisipo rechaza esta perspectiva del determinismo y trata de conciliar la libertad con la voluntad, siendo esta última, la voluntad, el origen de la acción. Por tanto, el hombre es capaz de elegir y realizar acciones bajo su responsabilidad, pues es, tal como se ha dicho, libre para ello. Todo se desenvuelve según una “Ley fija, dictada para la eternidad”5, pero hay un margen de libertad para que el hombre pueda contribuir, según sus acciones, a la eterna secuencia causal que rige el lógos providente.

El sabio, como se ha visto, supera la adversidad, y lo hace porque ese es su deber, hace lo adecuado (kathékon), y lo adecuado «es el acto que tiene una defensa razonable.»6 Es este estoico quien gracias a su libertad realiza las acciones adecuadas (v.g. honrar a los padres, defender la patria, rodearse de amigos, etcétera)7. Pero a veces las circunstancias son adversas y por ello, el hombre bueno debe enfrentarse a ellas (v.g. cuando uno mismo tiene que mutilarse o arrojar por la borda la propia fortuna)8. El deber fundamental consiste en vivir de acuerdo con la virtud, esto es, según la razón o la naturaleza, y para ello a veces es preciso luchar, porque la situación resulta adversa. Si el hombre no dispusiera de la libertad antes referida, entonces ¿qué sentido tendría luchar contra las adversidades? No tendría sentido, y entonces el hombre mismo no tendría razón de ser. Pero la victoria ante las adversidades no está en absoluto garantizada, y el sabio estoico lo sabe, pero también sabe muy bien, tal como nos podría sugerir Catón, que «[…] es la acción de intentarlo todo para alcanzar su propósito lo que corresponde a lo que nosotros, referido a la vida, llamamos supremo bien […]»9. La acción que realiza el sabio es «[…] la acción que por sí misma es afín (oikeîon) a las disposiciones de la naturaleza.»10

1Cf. Séneca, De prov. 2, 1-4.

2Ibíd.

3Cf. Séneca, ad Luc. 13, 1-3.

4Cf. Epícteto, Diss. I, 24, 1-5.

5Cf. Séneca, De Prov. 5, 6-7.

6Cf Diógenes Laercio VII, 107-110.

7Ibíd.

8Ibíd.

9Cf. Cicerón De fin II, 22.

10Cf Diógenes Laercio VII, 107-110.

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