La filosofía del mundo islámico: Al-Kindi, Al-Farabi e Ibn Sina (Avicena)

En el mundo islámico la filosofía surgió a partir de su religión y de elementos de otras culturas, sobre todo la de la Grecia clásica. Desde la religión se atendía a numerosos pasajes del Corán en que se promueve el conocimiento y la ciencia para seguir el camino de la Verdad. En cuanto a la importancia de la Grecia clásica como motor de la filosofía islámica, queda ello sintetizado en la siguiente frase de Al-Farabi…

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Las cruzadas

Las cruzadas y su significado

De las Cruzadas se han dado dos interpretaciones opuestas: una, que observa la expresión fanática de una sociedad; otra, que ve el intento de llevar a cabo un ideal cargado de “buenas intenciones”. La oposición de estas dos interpretaciones a dado pie a un apasionamiento, por decir así, histórico, o sea, a intensos debates sobre esta cuestión.

Las Cruzadas fue, dicho en pocas palabras, un movimiento que llevó a los occidentales a la Siria musulmana con el objetivo de rescatar los Santos Lugares. Se han estudiado las Cruzadas partiendo de tres puntos de vista: a) El transfondo material: se supone una reapertura económica en el Mediterráneo a los occidentales y un primer movimiento colonizador europeo; b) Las expediciones de socorro: se trataba de socorrer al Imperio Bizantino, viendo los papas una oportunidad de unir “espiritualmente” Roma y Constantinopla; c) La psicología colectiva: se examinan los aspectos psicológicos del colectivo cristiano occidental que se vio llamado a las Cruzadas.

En el Concilio de Clermont (1095) el papa Urbano II puso en marcha la Primera Cruzada. En ella se concitaban, entre otros ideales, la cuestión de la guerra justa contra los infieles y el deseo de alcanzar el Jerusalén celestial por la vía de la Jerusalén terrestre. Tanto las masas populares como los caballeros –buscaban fortuna algunos miembros de las grandes familias de la nobleza europea– se vieron impulsados a participar a la aventura de ultramar.

El reino de Jerusalén

En 1099 el ejército cruzado mandado por Godofredo de Bouillón –duque de la Baja Lorena– tomó Jerusalén a los musulmanes. Fueron numerosas las victorias y las conquistas occidentales, lo que dio lugar a cuatro pequeños Estados: El reino de Jerusalén, el principado de Antioquía y los condados de Edesa y Trípoli. La defensa de estos territorios corrió a cargo de las Ordenes Militares1, las cuales tenían como fundamento constitutivo la ascesis eclesiástica y el ideal de caballero.

Al ser Edesa recuperada por los musulmanes en el 1144, hizo que San Bernardo predicara la Segunda Cruzada. Esta Cruzada estaba encabezada por el rey de Francia Luis VII y el emperador alemán Conrado III. El fracaso fue rotundo ante los muros de Damasco. A partir de este momento se debilitaron las posiciones latinas de ultramar, sobre todo porque Siria y Egipto se unificaron bajo la dirección del kurdo turquizado Saladino. La caballería franca fue aplastada en la batalla de Hattin y Saladino tomó la mayor parte de las fortalezas latinas, incluida Jerusalén.

Se proclamó la Tercera Cruzada, con la que se evitó el desplome definitivo de la Siria franca. Ricardo Corazón de León apuntaló posiciones en Tierra Santa, teniendo como centro político San Juan de Acre. Sin embargo, Jerusalén se dio definitivamente por perdida.

Después, en el sigo XIII, se iban a proclamar nuevas Cruzadas, pero éstas serían una expresión degenerada de las anteriores, acumulándose derrotas cristinas de toda índole. Digamos que en este siglo acababa “trágicamente” la aventura de ultramar2.

1Orden de San Juan, Caballeros del Temple, etcétera.

2Lo aquí expuesto lo puede encontrar el lector con más detalle en: Mitre, E., Introducción a la historia de la E.M. europea, Ediciones Istmo, 2019, pp. 175-182. También recomiendo las conferencias de Jaime Aznar realizadas en la asociación cultural “Raíces de Europa”. Para quien quiera profundizar en la batalla de Hattin está disponible la estupenda conferencia “Los Cuernos de Hattin” de Fernando Quesada realizada en la Fundación Juan March.

La caída del Imperio Romano en Occidente

En los primeros decenios del siglo V se manifestó la debilidad territorial de Occidente. En tanto los soberanos orientales desviaban hacia Occidente los pueblos bárbaros, en occidente la irrupción violenta de éstos exigía la intervención militar del hombre fuerte del emperador Honorio, a saber, Estilicón, quien venció a cambio de dejar las fronteras del Rin y la Britania desprotegidas, provocando con ello que los francos, alanos y vándalos ocuparan gran parte de la Galia y, por su parte, los anglos y sajones Britania. Honorio se trasladó a Rávena (402), pues allí las lagunas que rodeaban la ciudad formaban una defensa natural que hacía más fácil la protección del emperador. Poco después, en el año 410, Alarico saqueaba Roma.

Empujados por los Hunos, los vándalos se desplazaron desde las regiones danubianas al territorio romano atravesando el Rin. Devastaron la Galia y la Hispania, para al cabo formar un reino en el norte de África (429) que duraría más de un siglo, hasta que Justiniano lo conquistara en el año 534. Los hunos de Atila fueron, sin duda, el peligro más grave para el Imperio occidental, y fue un ejército formado por romanos y germanos el que derrotó a Atila en el 451.

Sea como fuere, el Imperio en Occidente se hizo ingobernable, pues no era posible establecer el orden imperial. El poder estaba en manos de un grupo de generales de origen bárbaro, entre ellos el general Odoacro, quien contaba con importantes tropas estacionadas en Italia. Odoacro fue quien depuso en el año 476 al último emperador de Occidente, o sea, a Rómulo Augústolo (475-476). Este hecho pasó casi inadvertido, pues apenas afectaba a la vida cotidiana de los romanos. El emperador oriental Zenón (474-491) no intervino.

En ausencia de un “augusto” en Occidente, [Zenón] se consideró depositario único del título imperial.1

1Salinero, R. G., Manual de iniciación a la historia antigua, Editorial UNED, 2022, p. 489.

La religiosidad romana

Muchos dioses romanos fueron una suerte de reflejo-copia de los dioses griegos. Entre ellos podemos destacar la tríada capitolina: Júpiter (Zeus) [padre de los dioses]; Juno (Hera) [diosa de la fecundidad y del matrimonio]; Minerva (Atenea) [diosa protectora de las ciencias y la inteligencia]. La religión romana se caracterizó por un fuerte ritualismo: las plegarias y las invocaciones no se modificaban por temor a que perdieran su eficacia. No existía una simpatía personal con las divinidades y se ofrecían sacrificios y exvotos para obtener el favor de los dioses. Los rituales tenían una función preventiva; eran una suerte de pacto con lo divino.

La grandeza de Roma la atribuían los romanos a la voluntad de los dioses y, por eso, daban gran importancia a los cultos públicos. Tales cultos estaban a cargo de determinados collegia (colegios) sacerdotales. La autoridad más importante en el ámbito de los cultos públicos era el del pontifex maximus, que, entre otras funciones, se encargaba de vigilar el correcto desarrollo de los rituales, distinguir entre los días propicios y funestos, y sancionar las decisiones tomadas por el Estado. El peso político de este cargo hizo que lo asumieran los emperadores, quienes con el título de pontifex maximus se convertían en garantes de la voluntad divina. Uno de los colegios sacerdotales más influyentes fue el de los augures.

La aceptación de nuevos cultos tuvo lugar, sobre todo, cuando Roma contactó con Oriente. Se produjo en ese momento un importante sincretismo religioso. Los cultos mistéricos griegos ocuparon el lugar que dejaba vacío la “impersonal” religión romana: se abrió la posibilidad de contactar personalmente con la divinidad y, también, la esperanza de alcanzar la salvación del alma. El Estado romano era muy tolerante con las nuevas religiones, siempre y cuando se respetaran la moral pública y los dioses tradicionales. Otra historia bien distinta iba a ocurrir con los monoteísmos “excluyentes” (judaísmo y cristianismo).

Cuando alguien como Cicerón escribe que “Atenas no ha dado al mundo nada más excelente o divino que los Misterios de Eleusis”, nos deja sencillamente perplejos.1

1Melero, R. L., Breve historia del mundo antiguo, UNED, 2015, p. 290.

Inicio de la matemática griega

Qué convirtió a los Elementos de Euclides en el único libro que puede  competir con la Biblia - BBC News Mundo

La matemática griega lleva en sí la aritmética, la geometría y la álgebra. Mesopotamia, Egipto, India y China desarrollaron técnicas sofisticadas de cálculo que eran algo así como un conjunto de “recetas” que no incluían demostración y que se utilizaban para resolver casos concretos. En la cultura griega la matemática formaba parte de la φιλοσοφία (amor a la sabiduría) y de la θεωρία (contemplación). Se puede decir que los griegos inventaron el “saber teórico”, el cual se caracteriza por ser un saber universal y abstracto que pone por encima de la aplicación práctica la comprensión y que exige, además, una demostración racional. Este “saber teórico” lo trataron de aplicar los griegos no sólo en la matemática, sino también en otros campos del conocimiento. Con todo, la matemática fue para los griegos el paradigma del “saber teórico” y con ella alcanzaron sus mayores éxitos científicos.

No se conserva ninguna obra completa de matemática anterior a “Elementos” de Euclides (ca. 300 a.C.), a excepción de “La esfera en movimiento” de Autólico de Pitane (finales del s. IV). El peripatético Eudemo de Rodas en la segunda mitad del siglo IV escribió la primera Historia de las matemáticas, pero sólo se conservan resúmenes posteriores de esta obra. La tradición nos dice que Tales (ca. 624-546 a.C.) y Pitágoras (ca. 570-496 a.C.) introdujeron el conocimiento matemático en Grecia, tomando el que existía en Oriente –Mesopotamia y Egipto– y añadiendo un deseo de comprensión teórica –y mística con Pitágoras– del mundo. Pero no se puede saber con certeza si los teoremas que se les atribuyen eran conocidos por estos presocráticos ni si ofrecieron alguna demostración.

De la fundación de Constantinopla

La fundación de Constantinopla en el año 324 es un tanto enigmática, pues se discute el motivo por el cual Constantino optó por “abandonar” la ciudad de Roma. La interpretación tradicional sostiene que esa decisión fue motivada por una suerte de capricho impregnado de un fervor cristiano acaso no muy bien asimilado que hacía ver al emperador una Roma demasiado pagana, por lo que se inclinó a crear una nueva capital del Imperio con un sello, si se me permite la expresión, de garantía cristiana. Otras perspectivas rechazan la referida interpretación tradicional porque se observa una Constantinopla previa y pagana llamada Bizancio –además, la “fundación” de Constantinopla estuvo acompañada también de ritos paganos–. Pero dejando a un lado esta cuestión “enigmática”, lo cierto es que Constantinopla tenía un brillante destino, sobre todo si se tiene en cuenta el lugar geográfico en el que se asentaba: un perfecto punto estratégico para controlar los intercambios mercantiles entre el Mediterráneo y el Mar Negro.

También es cierto que desde la fundación de Constantinopla el Imperio tenía dos capitales. Pero esta doble capitalidad era más bien teórica, ya que la decadencia que sufría Roma –sometida a la expansión germánica y sometida a los saqueos– no la experimentaba una Constantinopla que sabía canalizar las oleadas germánicas hacia Occidente. Los emperadores orientales, aunque sólo fuese simbólicamente, llegaron a ejercer su autoridad en todo el ámbito mediterráneo, y así los reyes bárbaros de Occidente…

[…] a pesar de la desaparición del poder imperial en Italia en el 476, seguían teniendo una especie de veneración hacia el nombre de Roma, ahora simbolizado en la figura del emperador de Constantinopla, al que, de forma más o menos consciente, se le consideraba como un superior jerárquico aunque distante.

Pero si en Oriente el elemento bárbaro –a diferencia de Occidente– no fue un elemento desestabilizador, sí que lo fueron las querellas religiosas. Desde Teodosio como emperador en el último cuarto del siglo IV, el cristianismo niceano se había constituido como religión del Estado. Sin embargo surgirán diferentes movimientos religiosos que pondrán en cuestión las dos naturalezas de Cristo –la divina y la humana–, provocando importantes tensiones –a pesar del triunfo de la ortodoxia niceana– como las que se van a producir con el monofisismo en Egipto y Siria.

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