La caída del Imperio Romano en Occidente

En los primeros decenios del siglo V se manifestó la debilidad territorial de Occidente. En tanto los soberanos orientales desviaban hacia Occidente los pueblos bárbaros, en occidente la irrupción violenta de éstos exigía la intervención militar del hombre fuerte del emperador Honorio, a saber, Estilicón, quien venció a cambio de dejar las fronteras del Rin y la Britania desprotegidas, provocando con ello que los francos, alanos y vándalos ocuparan gran parte de la Galia y, por su parte, los anglos y sajones Britania. Honorio se trasladó a Rávena (402), pues allí las lagunas que rodeaban la ciudad formaban una defensa natural que hacía más fácil la protección del emperador. Poco después, en el año 410, Alarico saqueaba Roma.

Empujados por los Hunos, los vándalos se desplazaron desde las regiones danubianas al territorio romano atravesando el Rin. Devastaron la Galia y la Hispania, para al cabo formar un reino en el norte de África (429) que duraría más de un siglo, hasta que Justiniano lo conquistara en el año 534. Los hunos de Atila fueron, sin duda, el peligro más grave para el Imperio occidental, y fue un ejército formado por romanos y germanos el que derrotó a Atila en el 451.

Sea como fuere, el Imperio en Occidente se hizo ingobernable, pues no era posible establecer el orden imperial. El poder estaba en manos de un grupo de generales de origen bárbaro, entre ellos el general Odoacro, quien contaba con importantes tropas estacionadas en Italia. Odoacro fue quien depuso en el año 476 al último emperador de Occidente, o sea, a Rómulo Augústolo (475-476). Este hecho pasó casi inadvertido, pues apenas afectaba a la vida cotidiana de los romanos. El emperador oriental Zenón (474-491) no intervino.

En ausencia de un “augusto” en Occidente, [Zenón] se consideró depositario único del título imperial.1

1Salinero, R. G., Manual de iniciación a la historia antigua, Editorial UNED, 2022, p. 489.

La «reconquista» de Justiniano

Triunfo de Belisario

Justiniano impulsa una “reconquista” del territorio “perdido” por el Imperio Romano desde tres frentes:

1. Norte de África

Es una acción rápida dirigida por el general Belisario que logra vencer a los vándalos y celebrar un triunfo “sonado”1, pero a efectos prácticos Constantinopla sólo llega a dominar algunos puntos de la costa.

2. Italia

Es una acción que va a durar numerosos años de luchas sangrientas. El reino ostrogodo ofrece una durísima resistencia, pero finalmente los bizantinos vecen y la península itálica se convierte en una nueva provincia del Imperio. Con todo, la victoria bizantina no convence a la población romana de Italia, sobre todo cuando cae sobre ella la pesada losa tributaria de Constantinopla. Por añadidura, las fuerzas militares de Justiniano se van a ver incapaces de defender a Italia de la invasión de un pueblo mucho más feroz que los ostrogodos, a saber, los lombardos.

3. Litoral de Hispania

Aprovechando las habituales disputas internas de la monarquía visigoda, fuerzas bizantinas ocupan las partes del litoral del mediterráneo de Hispania, pero tres cuartas partes del territorio de la península se zafan del poder de Constantinopla.

El balance de esta “reconquista” es valorada por Emilio Mitre como pobre, pues Galia y África occidental escapan de la ocupación bizantina, en tanto que los territorios conquistados –sobre todo Italia– se encuentran en una lamentable situación económica. A esto hay que añadir el fuerte desgaste militar que ha supuesto todas estas acciones de “reconquista”, un desgaste que debilita la fuerza bizantina para defenderse en oriente de los persas. Debido a esta debilidad militar, Justiniano va a optar por mantener la paz pagando un fuerte tributo a aquéllos.

Defensivas en Oriente y resultados ilusorios en Occidente constituyen el legado político-militar que Justiniano transmite a sus sucesores.2

1«Belisario, al llegar con Gelimer y los vándalos a Bizancio, fue considerado merecedor de las honras que en épocas anteriores se les habían dispensado a los generales romanos […] Y, en efecto, haciendo gala del botín y de los prisioneros de guerra, Belisario condujo por medio de la ciudad el desfile que los romanos llaman ‘triunfo’ […] a pie desde su casa hasta el hipódromo, y, una vez allí, caminó de nuevo desde las carceres hacia el sitio justo donde está el trono imperial […] Una vez que Gelimer estuvo ya en el hipódromo y vio al emperador sentado en su encumbrado palco y al pueblo de pie a ambos lados y comprendió, mirando a su alrededor, en qué miserable situación se encontraba, ni se puso a llorar ni a lamentarse, pero no dejó de repetir, conforme a la Sagrada Escritura de los hebreos: ‘Vanidad de vanidades, todo es vanidad’. Cuando llegó bajo el palco imperial, lo despojaron de la púrpura y lo obligaron a caer de bruces en reverencia al emperador Justiniano. Y esa reverencia también la hacía Belisario, que se había quedado acompañándolo como un suplicante del emperador”.» (Procopio, Historia de las guerras, IV, 8, 12-13).

2Mitre, E., Introducción a la historia de la E.M. europea, Ediciones Istmo, 2019, p. 58.

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