Escuchando a la diosa verdad o, si se prefiere a Parménides, tenemos que pensar que todo es Ser; no queda ningún hueco (vacío), todo es lo mismo (πᾶν ἐστιν ὁμοῖον) y es uno (ἓν). Cada tiempo es en realidad uno: un tiempo aislado en el todo en una perpetua eternidad. Nunca hubo ni hay ni habrá movimiento o cambio en este tiempo inconcebible para un mortal que vive en la cotidianidad de los sentidos. Ahora es ahora y siempre es ahora en el universo del Ser. Es un ahora en el que nada puede brotar (φύω). Llegar a ser: una ilusión que creen verdadera esos mortales que confían en la verdad de lo aparente (lo que aparece).
Pensar auténticamente equivale a transitar por la vía de la verdad, esto es, el camino verdaderamente verdadero. Situarse en esta vía implica, de algún modo, cerrar los ojos, taparse los oídos y la nariz, no tocar nada y cerrar la boca. Sólo con un pensar (νοεῖν) limpio de distorsiones sensibles se puede ver el Ser en su plenitud indivisible y continua. Pero abramos los ojos para leer estos versos de B8:
No es divisible, pues es todo lo mismo:
ni algo más por aquí –esto le impediría ser continúo–
ni algo menos, sino que está todo lleno de Ser.
Por eso es todo continuo, pues el Ser linda con el Ser.
El Ser linda con el Ser (ἐὸν γὰρ ἐόντι πελάζει). No existe vecindad con lo otro. El Ser sólo se tiene a sí mismo (no hay nada más); todo está lleno de Ser (ἔμπλεόν ἐστιν ἐόντος). La realidad es, pues, una y sólo una: un inmutable Ser. Si tuvieramos que destacar las principales características del Ser acaso podríamos enunciar las siguientes: eternidad, continuidad, unicidad e inmutabilidad. Morey nos dice de ellas:
De estas cuatro grandes propieddaes que Parménides deduce “por la sola fuerza de la razón”, se sigue una condena de la idea de vacío, de pluralidad y de movimiento –y por tanto, una crítica radical a todo dato de los sentidos […]; crítica con la que cierra la vía de la Verdad.1
A estas alturas, con lo que se lleva dicho del poema de Parménides, podemos apreciar que ante nosotros se nos presenta una helada verdad (una muerta realidad):
Parménides ve la vida con toda su calidez, movimiento, belleza y poesía; pero la helada verdad está muerta.2
En los versos de Parménides habita el odio y desprecio por el sensualismo, pero al mismo tiempo lo que deduce con su lógica lo convierte, si se puede decir así, en un gran teórico inicial3:
Creo que Parménides fue el primer gran teórico, el primero que creó una teoría deductiva. Fue uno de los mayores pensadores de todos los tiempos. No sólo construyó el primer sistema deductivo, sino también el más ambicioso, el más audaz y el más pasmoso que nunca se haya dado. Y además su validez lógica era intuitivamente inmaculada.4
1Morey, 1988, p. 64.
2Popper, 1996, p. 106.
3Utilizo aquí el término inicial pensando en Heidegger cuando dice: «El primer pensador inicial se llama Anaximandro. Los otros dos pensadores [iniciales] –los únicos, además de Anaximandro– son Parménides y Heráclito.» (Heidegger, 2005, p. 6).
4Popper, loc.cit., p. 109.