Astronomía griega – II: el problema de Platón

Hemos visto que platón expone una astronomía hecha de esferas. Se trata de un modelo geocéntrico similar al de Aristóteles. Pero ahora surge «el problema de Platón», esto es, dar cuenta de los fenómenos que se observan en el firmamento a partir de un modelo en que sólo hay cabida para unos movimientos circulares y constantes.

Suscríbete para seguir leyendo

Suscríbete para obtener acceso al contenido íntegro de esta entrada y demás contenido exclusivo para suscriptores.

La problemática verdad

Explica Heidegger en Ser y tiempo que el concepto tradicional de verdad viene caracterizado por tres tesis, a saber:

1. La verdad está en el enunciado, esto es, en el juicio.

2. «La esencia de la verdad consiste en la concordancia del juicio con su objeto»1.

3. Aristóteles, el padre de la lógica, asignó la verdad al juicio, siendo, de esta manera, el juicio el lugar originario de la verdad. Por tanto, con el de Estagira se pone en marcha la definición de la verdad como concordancia.

Para ver que, en efecto, encontramos en Aristóteles el inicio de la verdad como concordancia, Heidegger nos cita el siguiente pasaje aristotélico:

παθήματα τῆς ψυχῆς τῶν πραγμάτων ὁμοιώματα2.

Este fragmento lo podemos traducir de un modo libre de la siguiente manera: Las impresiones que se dan en el alma son semejantes -en cuanto representaciones- a las cosas. Obsérvese, por tanto, el vínculo entre el intelecto (en el alma reside la razón humana) y las cosas. El intelecto construye representaciones que son “fieles” a lo que hay fuera de él: las cosas. Heidegger interpreta que las vivencias del alma, esto es, las rspresentaciones, son adecuaciones de las cosas. He aquí, en definitiva, lo que se vendrá a llamar más tarde la verdad como adequatio intellectus et rei.

La verdad como concordancia será estigmatizada, explica Heidegger, con la teoría neokantiana del conocimiento que se desplegará en el S.XIX, pues se considerará tal verdad «como expresión de un realismo ingenuo y metodológicamente retrasado»3. Pero antes de que los neokantianos criticaran tan duramente una verdad que ha perdurado durante milenios sin inmutarse, Kant no la sometió a discusión en su Crítica de la Razón Pura ni un solo segundo.

Con todo, Heidegger observa la problemática que arrastra la verdad como concordancia. El corazón, por decir así, de su problemática se encuentra en el concepto concordancia (“adequatio”, ὁμοίωσις): su caracterización «es muy general y vacía»4. La cuestión, por tanto, es saber qué significa concordancia. «La concordancia de algo con algo tiene el carácter formal de una relación de algo con algo […] Toda concordancia, y por ende también la verdad, es una relación». Ahora bien, Heidegger alerta de que no toda relación es una concordancia (v.g. señalar es una relación pero no una concordancia). Sea como fuere, si la verdad de la que se está hablando aquí tiene un carácter relacional, entonces hay que identificar los miembros de la relación, a saber: el intellectus y la res.

«¿Con respecto a qué concuerdan el intellectus y la res5, se pregunta el filósofo alemán. El problema de la verdad como concordancia es que exige una relación entre un ideal (intellectus) y algo que está “realmente ahí” (res). ¿Qué sentido ontológico hay en la relación entre lo real y lo ideal? A juicio de Frege, el fundador de la filosofía analítica, «no se puede formular ninguna definición de la verdad como correspondencia [o sea, como concordancia]: “Un acuerdo no puede ser total a menos que las cosas en concordancia coincidan, es decir, que no sean de naturaleza diferente. Se debe poder probar la autenticidad de un billete de banco aplicándolo por superposición sobre un billete auténtico. Empero, intentar obtener la superposición de una moneda de oro mediante un billete de veinte marcos sería ridículo. La superposición de una cosa sobre una representación sólo sería posible si la cosa fuera en sí misma una representación. Y si la primera concuerda perfectamente con la segunda, entonces coinciden. Ahora bien, es precisamente esto lo que no se puede tener si se define la verdad como correspondencia de una representación con algo real. Resulta esencial que el objeto real y la representación sean diferentes”»6. Tenemos ante nosotros, en definitiva, un problema con la verdad que ha perdurado durante mucho tiempo: «¿es un azar que este problema no se haya movido desde hace más de dos milenios?»7.

1Heidegger, 2012.

2Aristóteles, Sobre la interpretación. Apud Heidegger, 2012.

3Heidegger, loc.cit.

4Ibíd.

5Ibíd.

6Frege, La pensée. Apud Engel, 2008.

7Ibíd.

Anotaciones de una España invertebrada

OrtegayGasset.jpg
José Ortega y Gasset

La minoría egregia

Ortega y Gasset descarta la posibilidad de la existencia de una sociedad sin la participación de una minoría excelente. Por tanto, rechaza todas esas teorías históricas y políticas que presentan como ideal una sociedad exenta de aristocracia, siendo esta última una minoría egregia desde el punto de vista intelectual.  En efecto, para el filósofo español una sociedad sin esa minoría egregia no es en verdad una sociedad, sino otra cosa. El núcleo generador de toda una sociedad es, para Ortega y Gasset, el arquetipo intelectual que la minoría egregia representa y que es imitado por los inferiores; o sea, tal como dice el filósofo español: “que el ejemplo cunda y que los inferiores se perfeccionen en el sentido de los mejores”. En fin, la sociedad se puede entender como una unidad formada por una minoría intelectual sustentada por una mayoría que imita a aquélla, lo cual es, según Ortega y Gasset,  “un aparato de perfeccionamiento”.

La problemática histórica

Anteriormente hacíamos referencia a la imposibilidad, según Ortega y Gasset, de una sociedad sin la participación de una minoría egregia. Pues bien, siguiendo el hilo argumental del filósofo español, lo anterior, esto es, la falta de esa minoría egregia, es la clave que explica la problemática histórica de España. En efecto, la falta del imprescindible motor de una sociedad que representa la minoría egregia hace que España esté permanentemente cojeando desde los tiempos de los visigodos -los visigodos fue un pueblo decadente, nos advierte Ortega y Gasset, lo que representa un fatal antecedente para la nación española-. Desde luego España se convirtió en una gran nación durante el Siglo de Oro gracias a la “unificación peninsular” que se gestó entre 1450 y 1500, pero tan rápido como floreció la flor, ésta se marchitó, es decir, España dejó atrás su grandeza para quedar condenada a ser una “nación insuficientemente normal” a causa de lo que ya hemos dicho desde el principio y que volvemos a repetir: la falta de la minoría egregia.

La raíz del problema

Los males de España, desde la perspectiva orteguiana, son numerosos, pero no todos tienen la misma importancia. Se podrá considerar los abusos políticos como uno de los males de mayor peso, pero tal consideración será, acaso para nuestra sorpresa, errónea. Será, por otra parte, certero establecer como un gran mal los fenómenos de disgregación de los últimos siglos que han contribuido inexorablemente a reducir el ámbito existencial español a la península. Pero, si de verdad se quiere encontrar la raíz del problema de España, esto es, el mal de todos los males, hay que encontrarlo “en el alma de nuestro pueblo”. ¿Y qué mal alberga esta alma del pueblo español? El odio a toda individualidad selecta y ejemplar. Y es que, para Ortega y Gasset, España sólo podrá “restaurarse gloriosamente” si las masas -el pueblo- optan por seguir a los mejores, en vez de querer suplantarlos. De este odio a los egregios, el filósofo pone un ejemplo: “La burguesía española no admite la posibilidad de que existan modos de pensar superiores a los suyos ni que haya hombres de rango intelectual y moral más alto que el que ellos dan a su estólida existencia”.

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar