La Edad Media la podemos situar entre los siglos V y XV. ¿Cómo es la relación entre la fe y la razón en este periodo en el ámbito cristiano? Alejandro Escudero nos dibuja esta relación por medio de tres etapas, iniciándose la primera antes de que llegue la Edad Media1. Estas etapas son: 1ª. Hostilidad entre la fe y la razón; 2ª. Intentos de compaginación; 3ª. Cierta indiferencia mutua. Veamos en qué consisten estas tres etapas.
Hostilidad
En los primeros siglos de la era cristiana, esto es, antes de que se inicie el periodo medieval, se produce un enfrentamiento entre el cristianismo y la filosofía. Figuras como San Pablo y Tertuliano van a ser fieles a la fórmula credo quia absurdum est (creo porque es absurdo). Con esta fórmula van a afirmar la radical superioridad de la fe. Además, estos mismos observarán la filosofía como algo dañino para la fe, pues siendo la filosofía una invitación a pensar desde la razón, tal invitación no deja de ser también un sí a la duda y, en justa consecuencia, un modo de minar la fe con la referida duda.
Intentos de compaginación
San Agustín (354-430) es uno de los representantes de la Patrística más importantes. Con él la filosofía es entendida como la herramienta ideal con la que conceptualizar lo divino, vale decir, el instrumento adecuado con el que dar una expresión filosófica del cristianismo. El de Hipona elabora con elementos platónicos una teología cristiana: el mundo eidético de Platón lo transforma, por decir así, en Dios, quedando Éste, pues, en terreno –tal vez sería más apropiado decir celeste– de lo inteligible. Si con Platón se establecía la dualidad Ideas-cosas, ahora San Agustín elabora la dualidad Creador-creado. Pero la filosofía no deja de ser para Agustín un instrumento con errores que deben ser corregidos, en tanto que la fe es lo firme y seguro. Dicho en otras palabras, la fe es lo primero.
La fórmula principal del San Agustín es esta: «nisi credideritis, non intelligetis»: «sin haber creído no entenderéis»; la fe va primero, y la razón se encarga de esclarecerla, o sea: acude eventualmente en su auxilio, ¿por qué? porque la fe es más firme y segura que la razón, la cual precisa ser guiada y orientada pues tiende a extraviarse.2
San Anselmo (1033-1109), conocido por su prueba de la existencia de Dios3, hereda el pensamiento de San Agustín. Se propone de un modo formal probar la tesis Deus est (Dios existe). Ahora bien, no se propone una prueba universal, sino una prueba dependiente de la fe. Santo Tomás (1225-1274), por su parte, toma la filosofía de Aristóteles, lo que le conduce a desarrollar una crítica de la teología platónica vigente hasta ese momento. A juicio del santo de Aquino, la razón y la fe deben llegar a una misma conclusión porque la Verdad es única –la Verdad está fundamentada en un único Dios–. Ahora bien, al igual que San Agustín, Santo Tomás también reconoce la superioridad de la fe sobre la razón, pues considera que si la filosofía discrepa de la teología, entonces no cabe duda de que aquélla se ha equivocado en su razonamiento.
Indiferencia mutua
Para Guillermo de Ockham (1285-1349) la fe y la razón son dos fuentes de conocimiento distintas e independientes. La fe, naturalmente, apunta a lo sobrenatural y la razón, por su parte, se ocupa de lo natural. Algo fundamental aquí a destacar es que ahora la filosofía no se subordina a la teología. Esta libertad de la filosofía se produce gracias a una limitación liberadora, es decir, la razón no puede, entre otras cosas, demostrar la existencia de Dios, la inmortalidad del alma, etcétera. En cuanto a la fe, pensemos que el postulado central de la teología de Ockham es:
Credo in unum deum, Patrem omnipotentem.
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Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso.
Así el credo atraviesa toda la fe, sin que tenga sentido querer echar mano de una razón que explique o clarifique lo inexplicable –la omnipotencia de Dios–. Se constituye de este modo, con Santo Tomás, la autonomía de la fe, pues lo sagrado o lo divino se encuentran fuera del alcance de la razón. En resumen y utilizando las palabras del profesor Escudero, con el de Aquino…
[…] la razón y la fe se ocupan “cada uno de lo suyo” (tratando, pues, de no inferir la una en la ocupación de la otra).4
1Lázaro, 2018, pp. 43-57.
2Ibid., p. 49.
3Prueba conocida como “argumento ontológico”.
4Lázaro, op. cit., p. 57.