Maimónedes: el guía

Maimónides | Real Academia de la HistoriaMaimónedes (1138-1204) trató de clarificar con su “Guía de perplejos” los textos sagrados. ¿Qué significa, por ejemplo, que Dios “ve” o que es “sabio”? Cuestiones de este tipo eran discutidas por rabinos e imanes, pero las más de las veces tales cuestiones no quedaban resueltas. El filósofo andalusí trató de dar soluciones a este tipo de cuestiones. Para ello acudió a la filosofía aristotélica, pues necesitaba un fundamento racional para afrontar el problema recién referido. ¿A quién iba dirigida la “Guía”? A los intelectuales judíos conocedores de la filosofía de su tiempo. Estos quedaban “perplejos” al leer los textos sagrados en la medida en que lo que ahí encontraban no se correspondía con lo que conocían de la filosofía.

Esta perplejidad debía resolverse, desde el punto de vista de Maimónedes, si se tenía en cuenta que la Biblia utilizaba alegorías con un fin esencial: hacer accesible la revelación a un gran número de personas que no estaban preparadas intelectualmente para captar en toda su profundidad, por decir así, del mensaje sagrado. Es decir, numerosos pasajes de los textos sagrados tenían no sólo un sentido externo o evidente, sino también un sentido interno o esotérico. Si por ejemplo se dice en la Biblia que el hombre está hecho a imagen de Dios, el término “imagen” debe entenderse como una alegoría que en su sentido interno hace referencia a la capacidad intelectual. Por ello, una lectura de los textos sagrados desde la posición interna debería aclarar que Dios creó al hombre con unas facultades similares a Él.

Para poder desarrollar la “Guía de perplejos”, Maimónedes tuvo que realizar un esfuerzo para hacer compatible la filosofía aristotélica con los textos sagrados, esto es, el pensador hebreo quiso, además de ayudar a los perplejos, resolver el tradicional debate de la compatibilidad entre la fe y la razón (la Biblia y la filosofía). Pero introducir elementos “externos” en el judaísmo para dar cuenta del mensaje de Dios le iba a acarrear no pocas críticas.

La caída

Me estremezco ante tanta honra a los caídos en combate. Mortales y dioses unidos para honrar la caída. No soy serio, lo advierto, no me tomo el mito como es debido, ¿pero acaso hay que seguir lo dicho? Heráclito dejó para la posteridad un fragmento que reza: Ἀρηϊφάτους θεοὶ τιμῶσι καὶ ἄνθρωποι (Dioses y hombres honran a los muertos por Ares)1. El de Éfeso insistía en la guerra, pero yo insisto en una vida que es una guerra en la que Ares no está. La guerra que postulaba el de Éfeso tenía un sentido, y la vida que aprecio yo es una guerra sin sentido. Pero honremos a la humanidad entera, señalarán por ahí, con o sin sentido, pues ella cae en combate sin remisión. Sea como fuere, hombres y dioses caen en un vacío donde la luz permanece ausente. La ausencia es la radical presencia que percibo en cada caída.

Lo incomprensible se contempla con ojos extasiados y la mente desencajada. La lengua queda así inmovilizada y la verdad disipada en el silencio. La γνῶσις se perdió en un oscuro callejón en tanto unos gatos nocturnos hurgaban en los cubos de la basura repletos de tratados filosóficos. Ortodoxos y heterodoxos no pasaron de la opinión, esto es, no hicieron otra cosa que sombras que fueron tragadas por un αἰών especializado en el crujir de dientes.

¿Dónde estás? En ningún lugar. ¿Qué quieres decir? Pienso. ¿Qué piensas? En cómo retirarme del mundo de las apariencias, incluso de mí mismo. Al escuchar tal respuesta, me alejé y él se quedó alejándose de sí mismo. Tiempo después me llegó la noticia de que aquél se había precipitado por la brecha que él mismo había abierto entre el pasado y el futuro. No hubieron honras fúnebres por aquella trágica caída de un pensar que murió en un combate llamado vida.

1DK 22 B 24. Cf. Moa, 2020, p. 131.

El nombre: poca cosa

El nombre es el nombre. Y dicho así, ya se ve, es poca cosa. Y eso trataba de expresar con una «fábula». El lenguaje es límite, pero, al mismo tiempo, posibilidad de un reconocimiento recíproco, lo cual nos caracteriza como seres fabuladores que pensamos-sentimos para nosotros y para los otros. Decía ella en referencia al nombre: «[…] no me encontraré totalmente cómoda nunca, porque no hay nada que pueda nombrar mi ser, como tal»1. Sí, estoy totalmente de acuerdo con esta perspectiva, con esta visión, con esta imposibilidad.

1Carmen Suero en una conversación en torno al nombre.

Buscando un dios o un sabio

Godward
Oráculo de Delfos (John William Godward)

Son tantas cosas y yo tan poca cosa, que mirando en derredor no alcanzo a ver. Quiero salir de mí, pero me trago a mí mismo. Escapar de uno mismo es sólo una ilusión pasajera, un momento de locura, una negación de sí que acaba siendo negación de la negación y, en fin, círculo en que se confunden principio y final. Lo más fácil es pensar lo más fácil, y a veces esto funciona, porque no necesariamente todo es difícil. Pero, un momento, ¿qué tengo aquí? El orgullo. Maldito orgullo que construye una columna gigante de pórfido rematada en emperador solitario de uno mismo. ¿Se ha visto alguna vez algo más falso? La falsedad es mi insignia. ¿Y qué me importa a mí ser o no ser si todo lo que toma para sí mi conciencia acaba en un sueño en donde los ángeles suben y bajan una escalera que se rompe?

Si tuviera de mi parte a un dios, sólo uno, no sé, el dios Sol, por ejemplo… En definitiva, cualquier dios me serviría para mi propósito. Mientras, sin dios, todo lo que toco es un despropósito. Por eso me he puesto este casco calcídico: Es alado para que vuelen mis pensamientos en una lucha contra la ley que todo lo destruye. Y si mi dios fuera Marduk, entonces cambiaría mi falsa insignia por un falso dragón. Desengañémonos, los dioses son los entes más falsos. Con todo, los dioses dan sentido, el que sea, lo dan, y este dar es recibir un soplo de vida que empuja, que da voluntad. La voluntad, esencial dejar constancia de tu última voluntad.

Tengo una moneda en la mano. Se muestra en el reverso la sagrada lechuza que me mira como si yo tuviera que saber algo que ella no sabe. ¿Dónde está la sabiduría de la que todos hablan? ¿En el mito? El hombre es un mito cuyo último episodio no ha escrito todavía, pero todo se andará con el tiempo. Necesito un oráculo. Dicen que Delfos ya no es lo que fue. Una lástima, pues hubiese peregrinado hasta allí para volver de allí más pobre y más falso. Godward pintó el oráculo que más he deseado en mi vida, eso es verdad. Por dios… ¡Soy tan falso como predecible! Aunque lo más predecible de todo es esta ley, la más draconiana de todas, la más severa, la más criminal de cuantas hay. No existe la justicia salvo en las cabezas huecas de algunos hombres cuyos ojos brillan como los de esos éforos cuando engañan al rey.

Bien, no hay ningún dios por aquí, pero tampoco ningún sabio. No pido Siete Sabios, con uno me conformo. Pero la evidencia salta a la vista: todas las tierras forman un mismo barro. Iré a la tumba de Atreo, por lo menos allí el barro está seco. ¿Pero tiene algún sentido quererse meter en un antro? Bueno, no todos los antros son iguales ni tampoco son iguales todos los infiernos: hay que saber elegir. La mayoría elige el circo, porque la mayoría lleva un pequeño Trajano en su improvisado corazón.

En la superficie

Tomad las palabras más profundas
y disponedlas en el riachuelo de
vuestro obstinado y orgulloso discurso.
Saltad seguros sobre ellas como
enmascarados espíritus de la verdad.
Danzad una y otra vez sobre
vuestros conceptos más sentidos,
más insondables, más penetrantes.
Dibujad en vuestro rostro el gesto
más trascendental, más sustancial.
Volcad vuestras delicadas visiones
sobre escuálidos y hambrientos versos.
¿Acaso no os dais cuenta que todavía
no habéis ido más allá de la superficie?
Miradme a mí ahora: Yo soy piel sin
carne, corazón sin latido, vena sin sangre.

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