Los universales según Ockham

Para Guillermo de Ockham (ss. XIII-XIV), que estudió en Oxford y fue conocido como Venerablis Inceptor, los universales no están en las cosas ni son esencias causales, sino que tales universales se encuentran en los términos —palabras, conceptos, signos, etcétera— que atribuimos a los singulares. Esta postura de Ockham respecto a los universales se llama nominalismo…

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La división de las ciencias según Boecio

Boecio, «el último de los romanos y el primero de los escolásticos», vivió entre los siglos V y VI en un momento de profundos cambios políticos y religiosos. Es este un autor fundamental al que tenemos que aproximarnos si queremos comprender el pensamiento medieval. Una de sus principales aportaciones no es sino la división de las ciencias teóricas, una división que sigue muy de cerca la tradición aristotélica y con la que se inaugura el pensamiento filosófico tal como hoy en día lo conocemos.

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Boecio: el camino ascensional de la filosofía a la sabiduría

Boecio, el último de los romanos y el primero de los escolásticos, fue un romano de ilustre familia que la Fortuna quiso que fuese encarcelado y ejecutado. No se merecía pensador este fatídico destino, desde luego. En la cárcel escribió «De consolatione philosophiae», una obra donde Boecio trató de encontrar el camino hacia la sabiduría, hacia Dios, pues este era, a su juicio, el único camino posible para alcanzar la felicidad -a pesar de todos los males que la Fortuna le había traído. Sin entender el pensamiento de Boecio, ¿quién puede entender a los filósofos medievales?

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La concepción agustiniana de la filosofía

Se puede afirmar que Agustín de Hipona es el autor de la primera filosofía cristiana. ¿Pero qué era la filosofía para Agustín? Una cuestión de búsqueda interior (en el alma) de Dios. En Dios están los trascendentes y, gracias a una función iluminadora de la fe, es posible alcanzarlos. ¿Alcanzar los trascendentes? Desde el punto de vista del hiponense, Dios está al alcance de la inteligencia.

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Las tres vertientes de la filosofía según Buenaventura

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Los elementos fundamentales del pensamiento medieval en la mujer

Antes hemos hablado de la gran filósofa de la Edad media, Hildegarda de Bingen. Ahora nos vamos a referir a tres filósofas medievales más y, una vez hecho esto, ya tendremos los datos necesarios para sintetizar los elementos fundamentales del pensamiento medieval en la mujer.

Marguerite Porète (1255-1315) fue una mística beguina que criticó la postura “institucionalizada” de las beguinas. Su posición “heterodoxa” la condujo, por decir así, a la hoguera, pero su obra ha llegado hasta nosotros. Tuvieron que pasar casi mil años para que, en el siglo XX, se descubriera que era ella la autora de tal obra. Esta filósofa, recordándonos de algún modo a Plotino cuando exclamaba «¡Despójate de todo! (Ἄφελε πάντα)»1, consideraba que el alma debía despojarse de todo, incluso de la razón, para así llegar a tener un “alma aniquilada”, pues si Dios es todo, ¿de qué hay que tener miedo?

Catalina de Siena (1347-1380) es considerada una de las grandes místicas de todos los tiempos. Fue predicadora y escritora, y además contribuyó a que el Papa regresara a Roma tras su exilio en Aviñón2. Tuvo la visión de Jesús con el pecho abierto extrayendo su corazón para reemplazarlo por el suyo. Priorizó el amor y el servicio a los demás. Fue declarada doctora de la Iglesia en el año 1970.

Christine de Pizan (ca. 1364-ca. 1429) fue la principal representante de las mujeres escritoras del medievo. Además, fue la precursora del feminismo occidental. Siendo contemporánea de Juana de Arco —la filósofa le dedicó un poema—, vivió en los tiempos de la Guerra de los Cien Años3, lo que le hizo escribir sobre los males de la guerra. Su obra más destacada es “La ciudad de las damas”, en donde la Razón, la Rectitud y la Justicia tratan de edificar una ciudad para las damas nobles, o sea, aquellas que se esfuerzan por hacer el bien. Examinó la situación precaria de la mujer en la sociedad y apuntó que la inteligencia de ésta quedaba fuera de toda duda en la medida en que Dios había revelado sus secretos al mundo a través de las mujeres.

Habiendo examinado muy rápidamente a estas cuatro filósofas, a saber, Hildegarda de Bingen, Marguerite Porète, Catalina de Siena y Christine de Pizan, ¿qué podemos decir en cuanto a los elementos fundamentales de su filosofía? Todas ellas desarrollan su pensamiento desde la experiencia personal a través de la mística, la literatura, la poesía y la novela. Estos son los pilares sobre los que elevan su filosofía. La influencia de San Agustín es en todas ellas de gran magnitud, y así encontramos en ellas un despliegue del sentido del yo, la interioridad, el sentimiento y la acción en cuanto práctica del bien. La experiencia del misterio es la experiencia de la vida en estas mujeres. Y lo comunican a través de imágenes y metáforas en un lenguaje plagado de signos. El amor es en todas ellas el corazón de su filosofía, y con él se revela quién es cada una de ellas. Es un amor dirigido al otro, a la amistad, a la acción buena. Escuchemos ahora a Pou:

Parece que las mujeres de las que hemos hablado han escogido la vida, en lugar de la filosofía, pero en realidad han hecho filosofía desde la mística o la poesía, desde el relato, profundizado en el ser, el tiempo y la subjetividad, en los problemas últimos de la filosofía. La relación vida-pensamiento ha sido puesta al descubierto. Y en todas ellas vemos una experiencia común: la belleza, que nos pone en contacto con lo trascendente a través de la sensibilidad.4

1Cf. Moa, F., ¿Qué es eso del pensamiento helenístico?, Independently published, pp. 87-92.

2Consúltese en esta misma obra el anexo: “El pontificado de Aviñón, el cisma y la crisis conciliar”.

3Consúltese en esta misma obra el anexo “La Guerra de los Cien Años”.

4Pou, L., “Filósofas medievales de la Europa Cristiana: Contexto de la época, influencia de San Agustín y repercusión en la actualidad”, Proyección LXX (2023), pp. 22-51.

Sobre el “Fons Vitae” de Ibn Gabirol (Avicebrón)

Entre los grandes representantes de la filosofía hebrea del Al-Ándalus tenemos a Ibn Gabirol (Avicebrón) [S. XI]. Su obra capital es Fons Vitae (Fuente de la Vida), un diálogo ficticio entre un maestro y su discípulo. Esta obra constituye una suerte de manual neoplatónico con elementos peripatéticos. La tesis central de este diálogo es el “Hilemorfismo Universal”. Veamos en qué consiste esta tesis…

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Buenaventura y los tres pilares de la filosofía

Buenaventura de Bagnoregio (1217-1274) asume el esquema tradicional de la división tripartita de la verdad. Es decir, la filosofía, en cuanto facultad natural, está constituida por el lenguaje (“voces”), la naturaleza (“res”) y la conducta humana (“mores”). En la “Colación IV” de Buenaventura podemos encontrar cómo este pensador concibe los tres pilares de la filosofía: es una “triple verdad” formada por la verdad de las cosas, la verdad de los signos o voces y la verdad de las costumbres. Esto significa que todo es por naturaleza, por razón y por voluntad. La triple verdad se desarrolla en el alma y puede elevarse a las cosas eternas y a la causa de Todas, a saber, Dios. Esta elevación, señala Buenaventura, será mucho más accesible desde la fe —recordemos que el pensador franciscano es fiel a la tesis iluminista de San Agustín. El alma “contiene todo el mundo”, apunta Buenaventura, es decir, el alma trata de describir el mundo en sí mismo…

Buenaventura de Bagnoregio (1217-1274) asume el esquema tradicional de la división tripartita de la verdad. Es decir, la filosofía, en cuanto facultad natural1, está constituida por el lenguaje (“voces”), la naturaleza (“res”) y la conducta humana (“mores”). En la “Colación IV” de Buenaventura podemos encontrar cómo este pensador concibe los tres pilares de la filosofía: es una “triple verdad” formada por la verdad de las cosas, la verdad de los signos o voces y la verdad de las costumbres. Esto significa que todo es por naturaleza, por razón y por voluntad. La triple verdad se desarrolla en el alma y puede elevarse a las cosas eternas y a la causa de Todas, a saber, Dios. Esta elevación, señala Buenaventura, será mucho más accesible desde la fe —recordemos que el pensador franciscano es fiel a la tesis iluminista de San Agustín. El alma “contiene todo el mundo”, apunta Buenaventura, es decir, el alma trata de describir el mundo en sí mismo.

La filosofía, en cuanto facultad natural, está dotada naturalmente de seis herramientas con las que se puede desvelar la verdad de las cosas. Buenaventura llama a estas herramientas —las cuales las podemos considerar categorías lógicas o ideas generales de carácter filosófico— “luces”:

sustancia/accidente, unidad/particular; potencia/acto; uno/múltiple; simple/compuesto; causa/causado.

Con tales “luces” la filosofía se puede desarrollar para alcanzar el saber, pues tal como dice Buenaventura en la “Colación IV”:

Estas son seis luces que disponen alma para saber y saber bien […]

Las seis “luces” serán estudiadas, a juicio del pensador franciscano, por medio de nueve ciencias. Por tanto, quien quiera desarrollar la filosofía deberá estudiar estas ciencias que son el trivium y el quadrium, añadiendo Buenaventura otras dos: la astrología y la geomancia2. Con todo, debe tenerse en cuenta que para el pensador franciscano la filosofía no es un fin en sí mismo, sino una herramienta que puede ayudar a razonar o expresar los postulados teológicos desarrollados a partir de la Verdad de las Sagradas Escrituras. Es por ello que:

[…] en la obra de nuestro autor [Buenaventura] se rechaza el pensamiento filosófico independiente como fórmula válida de su expresión.3

1A juicio de Buenaventura, las facultades humanas que buscan el conocimiento tienen un origen natural y, en justa consecuencia, la filosofía debe entenderse, desde el punto de vista del pensador franciscano, como una facultad natural.

2Buenaventura alude en la “Colación IV” a “[…] la geomancia o la digromancia, y las demás especies de adivinación”. Recordemos: el “trivium” está formado por la gramática, la lógica y la retórica; el “quadrivium” por la aritmética, la música, la geometría y la astronomía.

3Argerami, O., San Buenaventura frente al aristotelismo, revista “Patrística et Mediaevalia”, 1981, p. 23.

La búsqueda de San Agustín

San Agustín parte de la fe en la Sagrada Escritura como principio necesario para “entender”: “Nisi credideritis, non intelligetis” (Sin haber creído, no entenderéis). Pero, ¿qué hay que “entender”? La verdad que se expresa de este modo: “Vere esse est semper eodem modo esse” (Verdaderamente ser es ser siempre del mismo modo). Por tanto, la verdad está en aquello que es eterno e inmutable, siendo la Verdad en mayúscula Dios en cuanto “ipsum esse” (el ser mismo). Si con Platón el εἶδος es “el ser mismo”, con Agustín “el ser mismo” es Dios, el cual queda identificado, desde la perspectiva agustiniana, con el mundo inteligible del platonismo…

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El significado de «naturaleza» en la Edad Media

El término naturaleza (“natura”) proviene del participio futuro de “nascor” (nacer). Por tanto, tal término denota vida y movimiento. Desde esta perspectiva, la palabra naturaleza hace referencia al conjunto de aquellas cosas que han de nacer. Con todo, en el ámbito de la filosofía medieval, el término naturaleza tiene principalmente, según el contexto, dos significados, a saber, aquel que se refiere a la realidad, o sea, a los entes —animales, plantas, astros, etcétera— y aquel que está referido a la naturaleza de una cosa. Este último es el significado más frecuente que se le da al término naturaleza en los textos medievales, es decir, como primer principio inmanente del modo de obrar propio de algo, pudiéndose utilizar como sinónimo de esencia.

Con la llegada de la Patrística se comenzó a pensar el término naturaleza en relación con su creador, vale decir, Dios. Se entendía que la naturaleza era esencialmente buena en la medida en que Dios era su creador. Así lo pensaba San Agustín de Hipona, quien identificaba desde un punto de vista “natura” con “essentia” y “substantia”, en tanto que desde otro punto de vista identificaba “natura” con el conjunto de seres naturales. Escoto de Eriúgena, por su parte, abarcó con el término “natura” tanto la realidad de las cosas del mundo como la realidad divina. De este modo, en su “De divisione naturae”, la naturaleza sintetizaba de una manera absoluta un proceso en que todo partía de Dios y volvía a Él. Dicho en general, la palabra “natura” para indicar toda realidad creadora o creada, visible o invisible, sensible o inteligible, fue la tónica dominante en la Edad Media.1

1Cf. Magnavacca, S., Léxico técnico de filosofía medieval, Miño y Dávila, 2005, pp.462-464.

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