Antropología: comentario de «Género, diferencia y desigualdad» de Virginia Maquieira (VII)

Después de examinar la dicotomía de lo privado y lo público, ahora nos adentramos en la problemática de un conocimiento heredado que está trufado de visiones estereotipadas sobre hombres y mujeres de fondo esencialista. La sociología del siglo XIX postuló una serie de sesgos que heredaron las ciencias sociales del siglo XX. ¿Cómo se pueden redefinir unas categorías o conceptos que llevan en sí tales sesgos?

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Comentario del trabajo “Antropología política: una introducción” de Swartz, Turner y Tuden de 1966 – Fuerza y coerción; apoyo y legitimidad; status político, funcionarios y decisiones – (II)

Anteriormente ya se ha dicho que la cuestión principal en este trabajo está referida a los procesos políticos desde un punto de vista antropológico. Ahora empezaré a comentar los diferentes conceptos que van a servir para desarrollar un análisis de tales procesos políticos.

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Anteriormente ya se ha dicho que la cuestión principal en este trabajo está referida a los procesos políticos desde un punto de vista antropológico. Ahora empezaré a comentar los diferentes conceptos que van a servir para desarrollar un análisis de tales procesos políticos.

Empiezo por la fuerza y la coerción. Es innegable la importancia de estos conceptos, pero tienen serios inconvenientes porque son crudos y costosos y, además, una excesiva dependencia de los referidos conceptos hace que un sistema político se torne primitivo y torpe.

En cuanto al apoyo y la legitimidad, ¿qué se puede decir en pocas palabras? El apoyo es todo aquello que contribuye a alcanzar unos fines políticos. La fuerza es también una forma de apoyo, pero no puede ser el único, porque si no sucede lo que acabo de mencionar, que un sistema político se torna primitivo y torpe. La legitimidad deriva no de la fuerza, sino de valores que tienen los individuos. Lo legítimo debe cumplir ciertas obligaciones. Por ejemplo, un jefe legítimo hará que llueva cuando sea necesario. En efecto, la legitimación es un tipo de evaluación con la que se comprueba el cumplimiento de esas obligaciones. Un gobierno de un grupo es legítimo cuando sus miembros creen que tal gobierno producirá decisiones que están de acuerdo con sus expectativas.

Hablemos ahora de los conceptos status político, funcionarios y decisiones. Son tres conceptos que están en relación con los tipos de apoyo. El estatus político marca una posición cuyo rol consiste en tomar e instrumentar decisiones políticas. Puede ser examinado por su legitimidad y otros tipos de apoyo. El funcionario político, por su parte, debe ser ocupante de un estatus político y puede formar parte o no de una estructura gubernamental, por lo que puede ser considerado legítimo o ilegítimo, independientemente de la legitimidad o ilegitimidad del Gobierno.

Por último último, tenemos las decisiones. Una identidad de un sistema político pronuncia metas y acuerdos, esto es, decisiones. Una decisión puede ser legítima o ilegítima. Ahora bien, la decisión puede ser legítima aún cuando no lo sea la identidad identificada con su origen, y lo mismo para el caso contrario.

Un no querer ver haciendo ver que se ve

 

Vivo en una permanente huida. Y es que yo vivo «absorto en el mundo de la ocupación»1. En efecto, vivo una vida inauténtica, esto es, trato de escapar de esa afilada verdad que dice: «la muerte es la posibilidad de la radical imposibilidad de existir»2. Yo no soy ese Dasein «resuelto, lúcido o auténtico»3 del que habla Heidegger en su Sein und Zeit, sino un hombre que está atravesado por la nostalgia, la melancolía, la duda y, sobre todo, el miedo, un miedo que me priva de una libertad que me han dicho que existe. ¿Habladurías?

Acaso Cioran tenía razón y mi esencia está situada en una neurastenia que me imposibilita la autenticidad. Pero, ¿no estaré yo hablando de una autenticidad que sólo existe como concepto en el seno de una actividad de un espíritu académico que resplandeció con gran intensidad en el siglo XX a pesar de las grandes sombras que se cernieron sobre él? ¿Es que tal vez ese espíritu no vivía una huida consistente en un no querer ver haciendo ver que se ve? Y es que yo me tomaría muy en serio a Cioran cuando dice que «[…] la actividad el espíritu es un saludable trampear, un ejercicio de escamoteo; nos permite circular por una realidad dulcificada, confortable e inexacta. Aprender a manejar los conceptos, desaprender a mirar las cosas […]»4.

1Heidegger, 2012.

2Ibíd.

3Grondin, 2006.

4Cioran, 2014.

Modernidad hecha de ilusorias verdades

Gianni Vattimo nos dice que la fundamentación de la filosofía occidental culmina «durante la época moderna, en una progresiva identificación de filosofía y epistemología (entendida ésta como teoría del conocimiento fundado en una capacidad de la mente de reflejar fielmente la naturaleza […]»1. Este “reflejo” tiene mucho que ver con el Veritas est adaequatio rei et intellectus sive enuntiationis, o sea, la verdad entendida como adecuación del pensamiento o del enunciado a la cosa. ¿Pero qué es lo que la modernidad trae consigo? ¿La posibilidad de aprehender la verdad? En un primer momento parece que sí, que la modernidad puede hacerse con la verdad progresivamente en la medida en que surge una suerte de fe en el progreso. Esta “nueva” fe digamos que secular cuyo centro de gravedad se encuentra en el progreso está filosóficamente vinculado, a juicio de Hannah Arendt, con la Mano invisible de Adam Smith, el Ardid de la naturaleza de Kant, la Astucia de la razón de Hegel y el Materialismo dialéctico de Marx.

¿Pero acaso se alcanzará la verdad durante la edad moderna gracias a ese “reflejo” antes referido? Para Nietzsche tal “reflejo” no será sino un espejismo: «Cuando Nietzsche llamaba a la edad moderna “escuela de la sospecha”, quería decir que, al menos a partir de Descartes, el hombre ya no estaba seguro de nada, ni siquiera de ser real; necesitaba pruebas, no sólo de la existencia de Dios, sino también de la suya propia»2. La certeza que encontró Descartes a partir de su yo pienso, luego soy, a saber, «que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdades»3, resulta muy cuestionable, y así lo considera no ya sólo Nietzsche sino también filósofos muy anteriores a él (v.g. Pascal). Sea como fuere, para Heidegger está claro que a finales del s.XIX «la convicción de no poseer la verdad se instauró como algo parecido al Espíritu de la época, del que Nietzsche fue probablemente el más intrépido representante»4.

Nietzsche considera que la verdad es inalcanzable porque nuestro lenguaje -y por tanto nuestro pensar- es incapaz de aprehenderla: «[…] con las palabras jamás se llega a la verdad […]»5. El filósofo alemán detalla que los conceptos se forman a partir de experiencias similares y por ello diferentes -en lo similar hay diferencias. A causa de esto el concepto iguala lo diferente, lo que fundamenta la imposibilidad del lenguaje/pensamiento como hogar de la verdad: «las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son»6. En definitiva, si se mira con los ojos de Nietzsche resulta imposible alcanzar la verdad a través de un pensamiento hecho de conceptos repletos de errores. Por tanto, quienes consideran que la verdad se puede aprehender son mentirosos o ignorantes.

1Vattimo, 2010.

2Arendt, 2002.

3Descartes, 2008.

4Arendt, loc.cit.

5Nietzsche, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.

6Ibíd.

Reconocer por conceptos universales

Anteriormente he aludido que mi pensar está entregado a un obstinado unir y separar conceptos para dilucidar la cosa. ¿Pero qué clase de conceptos está utilizando mi pensar? Dice Kant que «pensar es conocer por conceptos»1. Pero hay que tomar esta frase con mucho cuidado, toda vez que el filósofo de Köningsberg la enuncia en el ámbito de filosofía transcendental2, o sea, de un conocimiento referido a objetos que son entregados a la intuición como fenómenos y que, una vez ordenados gracias a las formas puras, son pensados en el marco del entendimiento a partir de los conceptos puros (conceptos a priori). Dicho en otras palabras, los objetos que se pretenden conocer aquí provienen de la experiencia (objetos físicos), o sea, los que son recogidos por los sentidos. Es importante remarcar esta cuestión, ya que no es lo mismo pretender un conocimiento de un objeto físico (v.g. un árbol) que de uno abstracto (v.g. la moralidad). Así pues, en esta sección me voy a referir a conceptos manejados por mi pensar que apuntan a objetos físicos. Más adelante estudiaré los conceptos que se remiten a objetos abstractos.

Kant, como hemos visto, habla de conceptos puros (se conciben deslindándose de la experiencia). Por el momento descarto la posibilidad de la existencia de este tipo de conceptos en mi entendimiento (ya lo había comentado en un capítulo previo), toda vez que sigo “sospechando” que mi pensar no puede ir más allá de la experiencia. Dicho esto, bien se puede decir que, desde una óptica kantiana, vivo sin comprender en la medida en que el de Köningsberg sostiene que sólo a partir de los conceptos puros es posible comprender algo. Sea como fuere, a riesgo de seguir sin comprender, tengo “la seguridad” de que soy capaz de reconocer un objeto dado a mis sentidos porque mi pensar lo reconoce a través de un concepto del que echa mano. ¿Qué clase de concepto es éste? Es un concepto aprendido y que “alguien” le puso la etiqueta de nombre o adjetivo.

Entro ahora en un terreno muy aristotélico. Los conceptos que maneja mi pensar, esos que se etiquetan como nombre o adjetivo, se sitúan, por decir así, en el ecosistema de la teoría de los conceptos universales de Aristóteles3. Un concepto universal desde la perspectiva aristotélica es una abstracción, esto es, desde la pluralidad empírica (experiencias) se ha llegado a la unidad (concepto): «El universal se nos da siempre a partir de las cosas singulares»4. Mi pensar reconoce un objeto (sensible) porque éste “encaja” con un concepto que tiene a la mano y, en justa consecuencia, puedo decir qué es ese objeto. Si mi pensar no es capaz de encontrar un concepto que “encaje” con el objeto, entonces no podré decir qué es, aunque, tal vez, en este caso, mi pensar podrá unir y separar objetos para al cabo permitirme hacer una suposición “propia” de lo que es ese objeto.

¿Son válidos estos conceptos universales con los que está “trabajando” mi pensar? Todo parece indicar que sí por la sencilla razón que me orientan, me permiten reconocer este mundo en el que he sido arrojado. Tales conceptos me permiten “comprender” a pesar de que Kant me esté diciendo todo lo contrario. ¿Acaso me estoy engañando a mí mismo y en verdad no comprendo? ¿Estoy pensando sin comprender? Por el momento “reconozco” esto y lo otro gracias a una vieja teoría conceptual. Veré si más adelante puedo reafirmarme en lo aquí dicho.

1Kant, 2002.

2Conceptos como “moralidad” no pertenecen a la filosofía transcendental kantiana. La filosofía transcendental es meramente especulativa, es decir, trabaja con fuentes empíricas.

3«Hasta cierto punto, la teoría de los universales es muy sencilla. En el lenguaje hay nombres propios y adjetivos. Los nombres propios se aplican a cosas o personas, cada uno de los cuales es la única cosa o persona a la cual se aplica el nombre en cuestión. El Sol, la Luna, España, Napoleón son únicos; no son un número de ejemplos de cosas a los que se aplican estos nombres. Por otro lado, las palabras como gato, perro, hombre se aplican a muchas cosas diferentes. El problema de los universales trata del significado de tales palabras, y también de adjetivos como blanco, duro, redondo, etc. Él dice:[Aristóteles, Sobre la interpretación] “Por el término universal entiendo lo que es de tal naturaleza que hace de predicado de muchos sujetos; por individual, el que no”» (Russell, 2013).

4Aristóteles, Ética a Nicomaco, VI-7. Apud Fraile, 2015.

En la superficie

Tomad las palabras más profundas
y disponedlas en el riachuelo de
vuestro obstinado y orgulloso discurso.
Saltad seguros sobre ellas como
enmascarados espíritus de la verdad.
Danzad una y otra vez sobre
vuestros conceptos más sentidos,
más insondables, más penetrantes.
Dibujad en vuestro rostro el gesto
más trascendental, más sustancial.
Volcad vuestras delicadas visiones
sobre escuálidos y hambrientos versos.
¿Acaso no os dais cuenta que todavía
no habéis ido más allá de la superficie?
Miradme a mí ahora: Yo soy piel sin
carne, corazón sin latido, vena sin sangre.

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