Antropología: resumen de «Género, diferencia y desigualdad» de Virginia Maquieira

Este es un breve resumen del trabajo «Género, diferencia y desigualdad» de la antropóloga española Virginia Maquieira.

A partir de los años 60 del siglo XX la antropología feminista empieza a tomar conciencia de que la antropología social adolece sesgos androcéntricos. Para superar este androcentrismo, se recurre a una categoría de análisis como “género” con el que se define una elaboración cultural donde se dan asignaciones y mandatos que son atribuidos a hombres y mujeres. La categoría “género” será muy útil para esclarecer las relaciones de poder y desigualdad…

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Antropología: comentario de «Género, diferencia y desigualdad» de Virginia Maquieira (VIII)

Llegamos al último apartado de este trabajo de la antropóloga española. Si ya hemos revisado la propuesta de la dicotomía entre lo público y lo privado como causa de una asimetría universal, o lo que es lo mismo, una desigualdad generalizada, ahora vamos a examinar cómo se critica tal dicotomía.

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Antropología: comentario de «Género, diferencia y desigualdad» de Virginia Maquieira (VII)

Después de examinar la dicotomía de lo privado y lo público, ahora nos adentramos en la problemática de un conocimiento heredado que está trufado de visiones estereotipadas sobre hombres y mujeres de fondo esencialista. La sociología del siglo XIX postuló una serie de sesgos que heredaron las ciencias sociales del siglo XX. ¿Cómo se pueden redefinir unas categorías o conceptos que llevan en sí tales sesgos?

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Antropología: comentario de «Género, diferencia y desigualdad» de Virginia Maquieira (VI)

Hasta ahora hemos visto cómo la antropología empezó a tomar conciencia de su androcentrismo en los años 60 del siglo XX y de cómo intenta combatirlo a partir de categorías como «género». También hemos revisado aquel evolucionismo antropológico del siglo XIX que fundó una suerte de mito consistente en la instauración generalizada en un tiempo remoto de una primera forma de organización social, a saber, el matriarcado, y cómo éste fue derrocado por el patriarcado, dejando así justificado el dominio del hombre sobre la mujer. Después hemos examinado la crítica antropológica del siglo XX, la cual ha combatido la herencia proveniente del referido evolucionismo. Pues bien, ahora vamos a estudiar dos mundos: el doméstico y el público. Son dos esferas éstas que han sido y son muy productivas en la teoría feminista. Tales esferas son las que permiten explicar una asimetría universal consistente en considerar las actividades masculinas más importantes que las asignadas a las mujeres. Veamos, por tanto, cómo esta asimetría está presente en prácticamente todas las culturas.

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Ética y feminismo

Moral y ética no son sinónimos. Las éticas hacen referencia al ámbito racional y abstracto que busca principios para dirigir la conducta humana. Las morales son mandatos que dicen lo que debe hacerse o evitar y atraviesa la estructura social. Una ética se desarrolla, sobre todo, «[…] cuando la confianza en los mandatos heredados se ha socavado por alguna causa importante e inobviable […]»1 y se caracteriza por su aspiración al universalismo –desea desprenderse del etnocentrismo–. «La ética intenta restañar la situación apelando a la invención de principios más generales de validez universal.»2 Dos grandes momentos de desarrollo ético son el de la Ilustración sofística y el de la Ilustración europea. Las éticas inauguran un tipo de razonamiento que cala en la vida política y ciudadana. Y ahí, en esa vida política y ciudadana se despliega el feminismo que entra, por decir así, en contacto con la ética.

El feminismo es uno de los grandes impulsores de los cambios valorativos de la filosofía política. Siendo un producto del racionalismo, el feminismo trata de disolver el núcleo normativo que «[…] establece la moral diferencial en función del sexo.»3 Lo que el feminismo llama género apunta a una diferencia biológica-natural que queda coagulada en la normativa, y «[…] esa diferencia es uno de los núcleos más fuertes de la vida de las comunidades que nos ha precedido.»4

Hegel describe –en su Fenomenología– en el contexto de la eticidad una división sexual de la normativa social: «[…] los varones viven en el espacio público y las mujeres en el privado. Ellos para el Estado y ellas para la familia.»5 Los varones representan lo diferenciado y las mujeres lo indiferenciado, esto es, sólo es accesible para el hombre la individualidad. Mas con la Ilustración el feminismo empieza a operar como una «[…] ética política capaz de deslegitimar y posteriormente disolver los modos de la eticidad heredada»6, con lo que se inaugura la apropiación de la individualidad por parte de las mujeres.

En la filosofía moral contemporánea surge la distinción entre éticas de las normas y éticas del cuidado. Esta distinción la acuña Carol Guilligan. Las éticas de las normas se caracteriza por los deberes abstractos y las éticas del cuidado por los deberes concretos. Guilligan realiza la referida distinción a partir de los trabajos de Lawrence Kohlberg. El psicólogo americano observó que los hombres tenían una marcada capacidad para focalizarse en los derechos individuales y los criterios universales de justicia, en tanto que las mujeres se focalizaban en aspectos emocionales sintetizados en un sentido fuerte de ser responsables del mundo “próximo” (v.g. una misma, la familia, la gente que conocía, etcétera). «Kohlberg sacó de todo ello la chusca idea de que las mujeres nunca alcanzaban el desarrollo moral completo; y éste fue el detonante de la obra de Guilligan […]»7 Guilligan supuso que esas conclusiones de Kholberg constituían unos rasgos característicos de la moral masculina, marcada por las abstracciones, en tanto que las mujeres tenían «[…] un sentido acusado de la proximidad moral.»8

Amelia Valcárcel apunta que Kohlberg y Guilligan no prestaron atención a las cuestiones históricas y antropológicas implicadas en sus observaciones, y añade Valcárcel: «[…] sus caracterizaciones casan perfectamente con lo esperable si los rasgos de la individualidad se toleran o no en función del género.»9 Es decir, los referidos psicólogos no tuvieron en cuenta la moral heredada, un conjunto de normas que en gran medida dejaban a la mujer lejos de esa individualidad que persigue el feminismo desde la Ilustración. En realidad la éticas del cuidado son, a juicio de la pensadora española, el resultado de una moral previa a la libertad de conciencia, una moral que determina quién es dependiente o inferior (v.g. a la mujer, el esclavo, el vasallo).

El feminismo es un producto del universalismo de raíz ilustrada y se despliega en la política desde las declaraciones universales defendiendo la igualdad de los sexos y la igual capacidad y dignidad de los individuos con independencia de su género. El feminismo, pues, es una lucha por los derechos individuales y políticos. El relativisimo cultural cultural –un precedente del multiculturalismo del siglo XX– ha sido un elemento del que se ha valido el feminismo para defender sus posturas. Si este relativismo defiende desde una cultura como “naturales” unos rasgos femeninos y desde otra cultura unos rasgos diferentes, entonces el femenismo puede argumentar la no validez de esos rasgos “naturales”. Mas el peligro del relativismo extremo conduce a que cualquier principio moral y político quede abrogado. El multiculturalismo que lleva en sí el relativismo puede llegar al extremo, en aras de una diferencia cultural, de violar demasiados derechos individuales de las mujeres.

La Declaración de los Derechos Humanos de 1948 hace mención de la abolición de toda forma de discriminación en función del sexo, pero como el feminismo afirma muchas veces, «[…] las mujeres aún no tienen reconocidos la plenitud de sus derechos individuales.»10 Y es que hoy en día –principios del siglo XXI– «[…] la mayor parte de las mujeres del planeta simplemente no han adquirido todavía el estatuto de individuos de pleno derecho.»11

Digamos, para acabar, que el feminismo es, en efecto, un universalismo y, por tanto, «[…] una ética y una colección de principios de acción política, adherido a las ideas de universalidad y de simetría o equipolencia.»12 Tal ética sólo admite diferencias asumibles desprovistas de carga sexista y estas diferencias contemplan el mínimo común denominador del respeto a los derechos humanos individuales. Ahora bien, Amelia Valcárcel apunta que el feminismo no debe tener una ética propia, sino estar en la base de todas las éticas.

1Gómez-Muguerza, 2007, p. 465.

2Ibíd.

3Ibíd., p. 466.

4Ibíd., pp. 466-467.

5Ibíd., p. 467.

6Ibíd., p. 468.

7Ibíd., p. 469.

8Ibíd.

9Ibíd.

10Ibíd., p. 474.

11Ibíd.

12Ibíd.

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