Aristóteles: La ousía y las categorías

El termino categoría (κατηγορία) lo incorpora Aristóteles a la filosofía tomándolo prestado de un ámbito técnico. El verbo κατηγορέω significa decir algo de algo o de alguien y proviene su significado técnico del mundo judicial: acusación (κατηγορία). Con la escolástica se tradujo κατηγορία como predicamento, haciéndose referencia al conjunto de tipos de predicación del sujeto (τὸ ὑποκείμενον). Las categorías son en Aristóteles, pues, los modos de predicación del sujeto. Lo que nosotros llamamos proposición, el estagirita lo llama λόγος ἀποφαντικός –razón manifiesta, discurso manifiesto–. La proposición dice algo de algo o de alguien, esto es, manifiesta algo de un sujeto. Sujeto y y predicado son los elementos que conforman la proposición gracias a la cópula ser (εἶναι).

Desde la Edad Media se traduce οὐσία como substancia, pero en griego substancia sería ὑπόστασις. Sea como fuere, Aristóteles se refiere a οὐσία –es un participio de εἰμί– como entidad, esencia, ser. En lengua no filosófica οὐσία viene a significar bien o propiedad. La οὐσία es para el filósofo de Estagira la primera de las categorías, y las demás la suponen. Siendo las categorías los tipos diferentes de predicación, y la predicación lo que se dice de un sujeto a través de la cópula ser, entonces, se expresa con tales categorías los modos diferentes de ser. Obsérvese que la οὐσία no acaba de encajar del todo bien en esta explicación, pues ella no es predicado de un sujeto, sino que constituye tal sujeto. Más adelante, siguiendo los pasos de Marzoa, aclararemos esta cuestión.

El predicado dice algo de algo o de alguien. Este algo o alguien es la οὐσία primera (πρώτη οὐσία). A la pregunta “¿qué es?” referida a ese algo o alguien se responde con la οὐσία segunda (δεύτερος οὐσία), esto es, un concepto abstracto, una forma, una idea (εἶδος).

La lista de las categorías –modos de predicación– no es rigurosa en Aristóteles y puede variar según donde se consulte en su Corpus aristotelicum, pero en término generales digamos que tal lista está conformada por: οὐσία, cantidad, carácter, relación, lugar, momento, posición, tener/llevar, hacer y padecer. «Las cateogorías […] son los diversos sentidos en que podemos decir que algo es […] y, por lo tanto, son los diversos modos en que algo puede ser sujeto de una proposición.»1 Los predicados de clases diferentes –categorías diferentes– mantienen una relación lógica de indiferencia, esto es, pueden coincidir para un mismo sujeto (v.g. El carácter “negro” y el lugar “cuadra” referidos a un caballo ). En cambio los predicados de una misma clase se excluyen entre sí (v.g. El lugar “Liceo” y el lugar “Academia” referidos a Aristóteles) a no ser que uno supongo el otro (v.g. Como hombre supone animal).

El ser se dice de muchas maneras, asevera Aristóteles. Observamos que el ser se divide en categorías. Cada categoría enuncia el ser en un sentido distinto –es un sentido diferente del ser–. Todas las categorías señalan a una única determinación –a un sujeto–, la cual no es universal sino concreta: la οὐσία. La palabra οὐσία, en este punto, significa ser: «La οὐσία es el ser, es la presencia, porque es aquella presencia en la cual tiene lugar toda presencia.»2 Las categorías antes de ser tipos de predicados son modos de ser. Por eso la οὐσία –ahora aclaramos lo que antes habíamos dejado “abierto”– es una categoría, pero con la particularidad de que es sujeto y nunca predicado.

1Marzoa, 2013.

2Ibíd.

Zenón de Elea

Las afirmaciones de Parménides iban en contra del sentido común, por lo que arreciaron las críticas contra su Ser. En defensa de Parménides y su Ser se levantó su discípulo Zenón, un pensador dotado de una formidable dialéctica. Polemizó sobre todo contra los pitagóricos, los cuales defendían su ser múltiple, móvil y compuesto por infinitos indivisibles. Los pitagóricos recurrieron al método infinitesimal a raíz del descubrimiento del número irracional para dar cuenta de su ser múltiple, y ésta fue la mejor baza para que Zenón forjara sus epiqueremas destructores de los postulados pitagóricos. A partir del “infinito”, Zenón desplegó paradojas y aporías que, a su juicio, dejaban bien claro que el ser múltiple, móvil y compuesto por infinitos indivisibles de los pitagóricos era mucho más inconcebible que el Ser uno e inmóvil de su maestro.

Como era de esperar, Zenón, con sus epiqueremas, rechazó todo aquello que caracterizaba al ser de los pitagóricos: pluralidad, discontinuidad, realidad del espacio, realidad del movimiento, etcétera. El infinito fue, pues, su perfecto aliado para “desmontar” a los detractores de su maestro. Entre los argumentos más famosos de Zenón cabe destacar el de Aquiles y la tortuga, así como también el de la flecha. En definitiva, «Zenón enredó a sus contemporáneos en las mallas de su “Océano de argumentos” (Platón)»1.

1Fraile, 2015.

El filósofo, médico y aspirante a poeta

Era filósofo, médico y aspirante a poeta. El desierto era su casa y las estrellas aquel rincón llamado corazón: «Y viendo cómo lucían / miles de blancas estrellas, / pensaba que todas ellas en su corazón ardían»1. Tal hombre leía y releía todas las noches un tratado que no comprendía. Cuarenta veces lo leyó hasta que lo inesperado alcanzó su espíritu: un hallazgo que sólo llega si se espera lo inesperado.

En el eterno mundo las estrellas parecen pulsiones de almas que se estremecen en la negra noche. El frío alcanza el fuego y las estrellas mueren mientras el mundo sigue arrojándose a sí mismo al vacío.

Y el filósofo, médico y aspirante a poeta sintió estremecerse por dentro y por fuera, pues el Uno siempre está con uno en un siendo. Gritó entonces el hombre al desierto y éste, ajeno a las huellas de aquél, siguió durmiendo en su lecho de arena.

1Estos versos son del poema Poeta de Antonio Machado.

La regañina de Aristóteles

Aristóteles
Aristóteles

Decía Aristóteles que «la unidad nace y perece con el ser»1. Esto parece de una lógica aplastante, lo cual resulta natural si se mira de quién viene. Sea como fuere, lo que también parece lógico es que mientras se es, hay cosas de las cuales el referido ser no se puede librar. He ahí una suerte de bendición y, al mismo tiempo, una clara y radical condena. Las cosas son como son, ¿no? Sí, las cosas son como son, lo cual denota, por decir así, un sentido bastante fino de la relación existente entre el ser y lo ente -parece mentira a veces lo que se puede decir de una frase que pertenece a la cotidianidad más cotidiana.

«Es evidente que el ser no se separa de la unidad, ni en la producción ni en la destrucción»2, apunta Aristóteles, lo cual no descubre algo bueno o malo, pues en esta región del ser no hay cabida para valoraciones del tipo moral. Pero, a pesar de lo dicho, ronda por mi cabeza la idea de una obstinada e impenetrable condena que atraviesa todo lo que es, lo cual no deja de ser un síntoma inequívoco de que no leo la Metafísica de Aristóteles con los ojos de un filósofo que se sumerge a diario en una ciencia que estudia cosas como la identidad y los contrarios, la sustancia y sus diferentes modos, etcétera.

¿Quién ha de examinar si Sócrates y Sócrates sentados son la misma cosa? Yo desde luego que no, para eso ya hay una clase de filósofos (imagino) que hacen tal cosa, o por lo menos, eso imaginaba Aristóteles. En mi caso, si me tuviera que poner en algún lugar, me pondría del lado de la sofística, a pesar de toda la carga negativa que lleva tal nombre. Pero, ¿por qué me situaría ahí? Por un motivo esencial, a saber: a mi juicio no hay verdad alguna. Y por tal motivo, desde una perspectiva aristotélica, yo estoy totalmente fuera de la película filosófica, pues «[…] con mucha razón se llama a la filosofía la ciencia teórica de la verdad»3.

Yo me pongo, por mí mismo, del lado de la sofística, pero eso no significa que yo sea un sofista -qué más quisiera yo. Desde mi posición indefinida, fantaseo con ser un sofista charlando amistosamente con Aristóteles, diciéndome éste: «La sofística no es otra cosa que la apariencia de la filosofía»4, a lo que yo le respondo con cierta sorna: Bendito Aristóteles, la sofística nace y perece con la filosofía. Dicéndole tal cosa, Aristóteles me regañaría como si yo fuese una suerte de Heráclito de baja estofa, y no me molestaría en absoluto ostentar ese título, todo lo contrario, me lo colgaría feliz en mi alma y disfrutaría grandemente la regañina, pues la sabiduría, incluso en su modalidad de rapapolvo, es bella.

1Aristóteles, 2007. Libro IV.

2Ibíd.

3Ibíd. Libro II.

4Ibíd. Libro IV.

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