Perplejidad ante el tiempo

Foto de Ann Poan en Pexels.com

Decía Sloterdijk en una entrevista hace unos pocos años que hoy no se dan las circunstancias vitales que nos permitan retirarnos y tomar distancia, o sea, que no es posible salirse del tiempo impetuoso de la vida. ¿Será cierta esta observación? No lo sé. Si se me pregunta, simplemente, qué es el tiempo, yo me quedo sin palabras, enmudezco, me sonrojo, me avergüenzo de mí mismo por no saber algo que, a estas alturas de mi tiempo, debería ya saber. ¿Qué es el tiempo?

¿Salirse del tiempo impetuoso? Bueno, mejor reconvertir esta pregunta en algo más simple: ¿Salirse del tiempo? Pero acaso mejor otro tipo de pregunta: ¿Cómo me metí en el tiempo, es decir, cómo es posible haberme metido en algo que desconozco? ¿Pero cuando hablo del tiempo, de qué estoy hablando?

Miro una vieja fotografía, leo una antigua carta, me detengo ante una inscripción milenaria… ¿El tiempo es una sucesión de acontecimientos que, en algunos casos, deja un rastro en el presente? Lo evidente no me deja ver el tiempo, pero tampoco me lo aclara un filósofo o un físico, pues éstos, con sus concepciones del tiempo, lo único que logran es que mi perplejidad crezca.

¿Y si Maimónedes tenía razón? ¿Y si el tiempo fue creado por Dios junto con el resto de las cosas? No tengo la suficiente fe para dejarme guiar por un pensador cuyo Dios nunca estuvo antes de la Creación en la medida en que hacer uso del tiempo para referirnos a Él es, a juicio del mencionado pensador, absurdo, o dicho a mi manera, idiota. Sea como fuere, con Dios o sin Dios, mi perplejidad ante el tiempo es radical1.

1Quisiera dejar constancia de una cosa: escribo este tipo de “reflexiones” no sólo para darme cuenta, si tengo suerte, de lo mal que escribo, sino también, lo mal que desarrollo mi pensamiento. Lector, sea magnánimo conmigo, pues estas palabras que usted acaba de leer con infinita paciencia son sólo, por decir así, un ejercicio ascético.

Eterno ser (Heráclito y Parménides)

Con Parménides la eternidad ha “liquidado” la posibilidad de un pasado y un futuro en el que pueda desarrollarse, por decir así, el devenir:

El Ser es eterno e inmóvil y es lo único que existe. Por tanto, el Ser es uno (ἕν) y queda descartada la posibilidad de que haya un tiempo en el que pueda acontecer algún cambio. El Ser ni fue alguna vez ni será (οὐδέ ποτ᾿ ἦν οὐδ᾿ ἔσται)1, sino que es siempre y en todo momento el mismo.2

Escuchemos a Kirk y Raven sobre la cuestión del “tiempo” parmenídeo:

Es probable que lo que Parménides pretenda adscribir a lo que es sea una existencia en un eterno presente no sometido a distinciones temporales de ninguna clase.3

Guthrie, por su parte, nos habla del ser de Parménides como una realidad sin límites temporales que resulta radicalmente opuesta a la idea del ser en cuanto realidad con límite:

Creo que la inclusión de peírata, cadenas envolventes o límites, en contextos espaciales no tiene mayor significación que la aludida. La situación temporal es diferente; de hecho, diametralmente contraria. Si «lo que es» tiene que existir completamente en cada momento y no dejar de existir nunca ni un momento, en ningún sentido o bajo ningún concepto, no tiene que tener límites temporales; y la idea de una realidad sin límites temporales no le fue extraña a Parménides, y había sido propuesta por un pensador al que él debía mucho, Jenófanes. De no tener, en cambio, el ser límites espaciales, según las ideas de la época no podría existir nunca completamente. Así lo dice en los vv. 29 y sigs.: «permanece firme donde está, ya que Anánké lo tiene en las envolventes cadenas, que lo rodean por todas partes, porque no le es lícito a lo que es poder ser incompleto». Y de forma similar, en los vv. 42-43, «puesto que hay un límite último, es completo por todas partes, como la masa de un balón bien redondo».4

La eternidad del ser parmenídeo se deslinda de límites temporales, por eso el ser es “temporalmente” sin final (ἠδ᾿ ἀτέλεστον)5. Es decir, el ser queda libre de agotamiento, esto es, de dejar de ser. Y en este sentido pasa lo mismo con el ser heraclíteo, o sea, ese λόγος que es también fuego siempre viviente (πῦρ ἀείζωον)6 que nunca deja de ser. El ser del efesio, en efecto, es tan eterno como del de eléata, y tal vez en el siguiente fragmento de aquél se manifiesta la eternidad del ser en su “versión” más oracular o enigmática :

Αἰών es un niño jugando, que juega a las tabas: de un niño es el mando.

Αἰὼν παῖς ἐστι παίζων, πεσσεύων· παιδὸς ἡ βασιληίη.7

Tan enigmático resulta este fragmento que Guthrie llega a decir:

De este fragmento sólo puedo decir con Gigon que es uno de ésos «vor denen wir Kapitulieren müssen» [ante los cuales tenemos que rendimos].8

Cuando expuse en “Desde Éfeso: Heráclito” este fragmento traduje αἰών como “El tiempo”9, pero en este tiempo me he dado cuenta que es mejor dejarlo sin traducir –del mismo modo que ya descarté en su momento traducir λόγος– en la medida que cualquier traducción no hace justicia a la palabra griega, sino injusticia en forma de enmascaramiento distorsionador. Si pensamos el término αἰών revisando el libro Heraclito de Agustín García Calvo, podemos llegar a la siguiente conclusión: […] tenemos un concepto de aión que, frente al de chrónos, apunta a un tiempo que no pasa, esto es, a la eternidad. Y es que aión deriva del adverbio aieí (siempre), por lo que aión puede considerarse como el tiempo todo de una vez, en tanto que chrónos se refiere al tiempo que pasa.10

Obsérvese que αἰών hunde sus raíces en el adverbio ἀεί y que éste se “integra” en el fuego siempre viviente (πῦρ ἀείζωον), el cual es la expresión ígnea del eterno λόγος, del eterno ser que concibe el efesio. Marzoa, por su parte, vincula el αἰών con el λόγος y, además, con la μοῖρα y la φύσις. Esta vinculación no deja de ser la expresión de una síntesis: la realidad que está dirigida por la inocente mano de un niño eterno que es ley. Aquí las metáforas vuelan del mismo modo que vuelan las interpretaciones, en efecto, y por eso podemos ver a ese niño que es radical eternidad dirigiendo el mundo desde el instante eterno del rayo:

Y todas las cosas las dirige el rayo.

Τὰ δὲ πάντα οἰακίζει Κεραυνός.11

La eternidad, como acabamos de comprobar de un modo sucinto, atraviesa el pensamiento del efesio y del eléata. Y esto resulta “normal” en la medida en que ambos pensadores iniciales griegos elevan sus doctrinas a través del ser. Prestemos atención a las siguientes palabras de Heidegger:

La palabra del tiempo “ser” nombra, como la palabra de todas las palabras, “el tiempo de todos los tiempos” […] Ser y tiempo se copertenecen de manera inicial. Al menos una vez el pensar debe pensar este ir juntos de “ser y tiempo”.12

1Cf. DK 28 B 8.

2Moa, 2021 (c), p. 43.

3Kirk-Raven, 1997, p. 333.

4Guthrie, 1993, pp. 59-60.

5Cf. DK 28 B 8.

6Cf. DK 22 B 30.

7DK 22 B 52.

8Guthrie, 2004, p. 450.

9Moa, 2021 (b), p. 97.

10Ibíd., p. 98.

11DK 22 B 64.

12Heidegger, 2012 (I), p. 80.

Aristóteles: El movimiento es un “deseo”

El tiempo tiene lugar porque hay movimiento y es una serie uniforme y eterna de iguales ahora, siendo cada ahora un caso distinto. Para que el tiempo sea posible, entonces el movimiento es continuo, eterno –sin principio ni fin– y cada posición indistinta. Tal movimiento es circular. El movimiento de los astros coincide con la noción de tiempo que exige el tiempo. Se trata del movimiento de algo que es siempre, pues el movimiento no tiene ni principio ni fin. Y el movimiento de los astros, tal como lo concibe Aristóteles, es circular. Los astros son eternos porque no están hechos de fuego, aire, agua y tierra –los cuatro elementos que componen los entes que están por debajo del cielo–, sino por un quinto elemento «[…] que no se mezcla con los demás ni se cambia en otra cosa alguna.»1 En efecto, los astros nunca perecen. «El movimiento de los astros es ya, en cierto modo, quietud, porque es el movimiento siempre igual2 Día y noche, las estaciones del año, el nacer y perecer, todo ello está regido por el movimiento de los astros. Llegar a ser es a partir de los cuatro elementos y por obra de los astros. El tiempo se mide por la posición de los astros.

El movimiento de los astros es un caso singular, pues su movimiento, por decirlo de alguna manera, no es movimiento: se mueve y no se llega a ser otra cosa que constantemente lo mismo. El motor (τὸ κινοῦν3) del movimiento de los astros es un motor inmóvil. Y es inmóvil –y primero– porque si todo es movido por algo, esto significa que habría una cadena infinita de motores si no existiera un primer motor inmóvil. Además, «el motor inmóvil mueve ὡς ἐρώμενον (“como deseado”, “en calidad de deseado”.» El movimiento es un “deseo”.

1Marzoa, 2013.

2Ibíd.

3Participio del verbo mover (κινέω). Por tanto, τὸ κινοῦν es “lo que mueve”.

Aristóteles: Causas, movimiento y tiempo

Discusión de la noción de causa

«Llamamos causa (αἰτία) de algo a todo aquello a lo cual “se debe” de algún modo el que ese algo sea.»1. Las cuatro cosas que pueden ser causa son: 1) Aquello de lo cual una cosa es y llega a ser; 2) Aquello que la cosa es y llega a ser; 3) Aquello por obra de lo cual la cosa es y llega a ser; 4) Aquello por lo cual –en el sentido de fin (v.g. pasar para preservar la salud)la cosa es y llega a ser.

Entonces, diciéndolo de un modo más sencillo, las cuatro causas de todo ente por naturaleza o arte son: material (ὕλη), formal (εἶδος), eficiente (τὸ ποιοῦν2) y final (τέλος). Los entes que llegan a ser por arte (τέχνη) el agente es el artista: «el agente es el artista, pero precisamente en cuanto artista, en cuanto que sabe qué hacer […]»3 Tal saber es εἶδος. En cuanto a los entes que son por naturaleza (φύσις), el llegar a ser hombre el agente es el hombre, el llegar a ser caballo es el caballo, etcétera. Por tanto, en este caso, el agente también es εἶδος.

El tiempo. Discusiones diversas

A partir de la noción de movimiento, «[…] y como algo esencial del movimiento, entiende Aristóteles el tiempo.»4 Movimiento como “de”… “a”…, esto es, como una distinción entre el antes y el después. Se reconoce aquí un entre. No hay tiempo si no hay cambio. Y es que «[…] la contraposición ontológica del tiempo deriva del movimiento.»5 El fin es lo que rige de antemano todo movimiento.

Para Aristóteles el movimiento sólo se puede entender como una relación entre la potencia (δύναμις) y la entelequia (ἐντελέχεια). Pero esto no significa que el estagirita sea determinista, pues, por ejemplo, una semilla que en potencia es planta no necesariamente llegará a ser una planta. La suposición de la divisibilidad infinita de la distancia no es admitida por Aristóteles en la medida en que infinitud y entelequia son, por decir así, incompatibles. La entelequia es ser, presencia, determinación, cumplimiento. Pero en la δύναμις hay un sin final –que no es lo mismo que infinitud– en el sentido de que siempre hay δύναμις. Es por ello que el tiempo no termina, al haber siempre δύναμις, siempre deviene la ἐντελέχεια –un cumplimiento finito– y, de este modo, al haber siempre movimiento, el tiempo es eterno.

1Marzoa, 2013.

2Es un participo de ποιεῖν (hacer, producir). Por tanto τὸ ποιοῦν es el “que hace”, el “hacedor”, el “productor”, el agente.

3Marzoa, loc.cit.

4Ibíd.

5Ibíd.

Aristóteles: Física (se puede hacer ciencia)

No se trata de una física en el sentido moderno de la palabra, sino de un conjunto de principios generales donde se aplican los conceptos de acto, potencia y movimiento a los seres del mundo físico –región terrestre y celeste–.

Movimiento

Las sustancias del mundo físico son móviles. El movimiento implica potencialidad. Sólo se da movimiento en el tránsito entre la potencia y el acto. El sujeto móvil es una mezcla de potencia y acto. El movimiento lo consideraba Aristóteles desde una perspectiva finalista: «Todos los seres se mueven naturalmente hacia su fin, que es su propia perfección.»1 Todos los movimientos se reducen a dos: el circular, que siendo eterno es propio de los cuerpos celestes, y el rectilíneo que es propio de los cuerpos terrestres y que puede ser hacia arriba o hacia abajo. En cuanto a los cuerpos terrestres, el movimiento hacia arriba corresponde al fuego que es el elemento más ligero y el movimiento hacia abajo a la tierra que es el más pesado. «Los movimientos de cada elemento hacia su lugar natural tienden a la aceleración.»2. Estos movimientos terrestres pueden tener contrario y admiten violencia.

Tiempo

«El tiempo es la medida3 del movimiento, según lo anterior y lo posterior (ὁ χρόνος ἀριθμός ἐστι κινήσεως κατὰ τὸ πρότερον καὶ ὕστερον).»4 Sin movimiento no hay tiempo. El tiempo es eterno y continuo como el movimiento que es su fundamento.

Las sustancias del mundo terrestre

Las sustancias corpóreas del mundo terrestre están integradas por dos principios diferentes: la materia y la forma que, unidas, componen un solo ser sustancial, el sujeto de la existencia, el synolon. El carácter de la materia es potencial y el de la forma es actual. Con la materia como potencia pura, Aristóteles sustituye la noción de naturaleza de los presocráticos. La materia es un sustrato eterno y universal de donde proceden todos los seres corpóreos: de ella sale todo y en ella se resuelve todo. Tal materia –materia prima– es ilimitada e indefinida5. Y añade el estagirita del platonismo la forma –la Idea de Platón–, pero sin rastro de trascendencia, pues tal forma es inmanente a la materia. La forma actualiza y determina la materia. La materia prima (πρώτη ὕλη) es esencialmente potencial. No es nada determinado en acto, «pero está en potencia para ser todas las cosas.»6 La materia primera es incognoscible por sí misma (ἄγνωστος καθ’αὐτήν) y no es perceptible por los sentidos. Es esta materia prima infinitamente determinable para ser todas las cosas materiales.

Las cuatro formas primeras son las de los elementos determinados por Empédocles: agua, tierra, aire y fuego. Todas las demás formas en número indefinido son los mixtos que son educidos por la acción de una causa eficiente. «La materia es esencialmente idéntica en todos y cada uno de los individuos corpóreos […]»7. La forma es propia del individuo y distinta de todas las demás. Las especies sólo tienen existencia lógica.

Los elementos son las primeras sustancias corpóreas completas –unión de materia y forma; synolon– Los elementos no se descomponen en otros, mas se pueden transformar unos en otros según ciertos ciclos que ya vienen determinados por Empédocles. De la unión de elementos surgen indefinidos mixtos –v.g. agua unida con aire en cierta proporción es aceite–. Cada mixto es una sustancia con forma propia. Los mixtos equivalen a las combinaciones químicas.

En cuanto a la generación y la corrupción, digamos que en toda mutación de una sustancia permanece siempre la materia y lo que cambia es la forma. Para la generación es preciso una causa eficiente que altera la sustancia corpórea hasta el punto de dotarla de una forma nueva que provoca la corrupción de la anterior.

Con la teoría hilemórfica Aristóteles concilia la unidad y la multiplicidad de las cosas –unidad de la naturaleza y pluralidad de los seres–. Es posible hacer ciencia de la naturaleza física porque las sustancias ofrecen suficiente “fijeza” para ser objetos de ciencia. Esta “fijeza”, a diferencia de Platón que la conseguía con la realidad ontológica de las Ideas, la alcanza Aristóteles a través de la abstracción.

1Fraile, 2015.

2Ibíd.

3Tenemos que ἀριθμός es número, pero para una mejor comprensión de lo que nos está diciendo Aristóteles se ha dejado aquí la traducción de medida que nos ofrece Fraile. Con todo, escuchemos a Copleston en relación a este ἀριθμός: «No hace referencia en esta definición al número puro, sino al número en el sentido de aquello que es numerado, o sea, al aspecto numerable del movimiento.» (Copleston, 1994).

4Aristóteles, Phys. IV II, 21b1-2. Apud Fraile, loc.cit.

5Esto nos remite al ἄπειρον de Anaximandro.

6Fraile, loc.cit.

7Ibíd.

Aristóteles: movimiento y tiempo (Física)

Movimiento

Las sustancias del mundo físico son móviles. El movimiento implica potencialidad. Sólo se da movimiento en el tránsito entre la potencia y el acto. El sujeto móvil es una mezcla de potencia y acto. El movimiento lo consideraba Aristóteles desde una perspectiva finalista: «Todos los seres se mueven naturalmente hacia su fin, que es su propia perfección.»1 Todos los movimientos se reducen a dos: el circular, que siendo eterno es propio de los cuerpos celestes, y el rectilíneo que es propio de los cuerpos terrestres y que puede ser hacia arriba o hacia abajo. En cuanto a los cuerpos terrestres, el movimiento hacia arriba corresponde al fuego que es el elemento más ligero y el movimiento hacia abajo a la tierra que es el más pesado. «Los movimientos de cada elemento hacia su lugar natural tienden a la aceleración.»2. Estos movimientos terrestres pueden tener contrario y admiten violencia.

Tiempo

«El tiempo es la medida3 del movimiento, según lo anterior y lo posterior (ὁ χρόνος ἀριθμός ἐστι κινήσεως κατὰ τὸ πρότερον καὶ ὕστερον).»4 Sin movimiento no hay tiempo. El tiempo es eterno y continuo como el movimiento que es su fundamento.

1Fraile, 2015.

2Ibíd.

3Tenemos que ἀριθμός es número, pero para una mejor comprensión de lo que nos está diciendo Aristóteles se ha dejado aquí la traducción de medida que nos ofrece Fraile. Con todo, escuchemos a Copleston en relación a este ἀριθμός: «No hace referencia en esta definición al número puro, sino al número en el sentido de aquello que es numerado, o sea, al aspecto numerable del movimiento.» (Copleston, 1994).

4Aristóteles, Phys. IV II, 21b1-2. Apud Fraile, loc.cit.

Tres fábulas en una

La mala suerte

Ese bello dejarse ir que se manifiesta de un modo auténtico acaso es el rincón de un alma que se ha guardado para sí un secreto. Sea como fuere, me pregunto: ¿hay belleza cuando ésta se manifiesta en la más oscura de las soledades? Tal vez, tal vez… Pero qué mala suerte…

«Muchas flores despiden sin querer

su perfume más dulce y más arcano

envueltas en profundas soledades»1

1Versos del poema La mala suerte de Charles Baudelaire.

Fugacidad

La fugacidad, ese momento que ha nacido en el tic y ha muerto en el tac, y así una y otra vez hasta el último tac. ¿Tiempo? Una fábula del fabulador por excelencia. Había una vez un tiempo… ¡Fabulemos para acomodarnos de una manera u otra a este cambio imparable que fulmina todo lo fabulado una y otra vez! ¿Y qué más da la destrucción de toda fábula? Los seres fabuladores somos seres obstinados y siempre tenemos una fábula entre ceja y ceja. Nos alimentamos de nuestras propias fábulas y acabamos siendo pura fábula. Y ahí está el tic-tac avanzando en dirección a ningún lugar. Pero la fábula necesita un lugar, un τόπος para que la fábula pueda vivir. Fabulemos mientras el tic-tac de nuestro corazón siga vivo, fabulemos hasta el último tac. Mientras no llegue el último tac nosotros seremos el τόπος.

La duda

La duda soy yo. Vivo en la duda, dudo, soy duda. Yo soy duda que toma un día un nombre y otro día otro nombre. Mi nombre es un garabato, un sonido, un signo, una señal que me señala… Pero yo no me reconozco en él, pues lo encuentro falso, extraño, artificioso. ¿Un nombre? ¿Yo soy ese nombre? ¿Quién soy yo? Dudo porque al investigarme me pierdo por entre las fábulas de los seres fabuladores, esto es, la podredumbre humana. Al mirarme a mí mismo veo a los hombres y dudo porque mi nombre se desdibuja, se disuelve, se ahoga en el mar de los nombres.

¿Recuerdas?

Existe un movimiento llamado recuerdo. Está ahí para recordar un verano de amapolas rojas que fueron quemadas por ese sol que da y quita vida con un mismo rayo1. Del recuerdo puede emerger un crepúsculo mágico, también unas acaricias, incluso el calor del hogar. Este movimiento evoca instantes que ya no están aquí, pero con él se viven como si estuvieran presentes. El recuerdo es como un sueño en la vigilia donde desfilan promesas, perfumes y besos eternos que habitan en tus labios.

El recuerdo es un movimiento que deja suspendido en el aire perdurables palabras en las noches más oscuras y también en las iluminadas por la luna llena. «¡Oh, promesas! ¡Perfumes! ¡Oh, los besos eternos!», exclamaba el poeta con un verso nocturno que flotaba en un balcón iluminado con la luz de unos carbones ardiendo2. Promesas, sí, promesas hechas de palabras de sangre y corazón cuyo valor se pierde en el tiempo. Pero esas promesas nunca dejan de ser verdaderas, lo único que pasa con ellas es que pierden su fuego, su vida, su aquí y ahora3.

1«¿Recuerdas la amapola / que calcinó el verano, la amapola marchita, / negro crespón del campo?…», se dice en el poema Del camino de Antonio Machado.

2«A menudo decían perdurables palabras / en las noches con luz de carbones ardiendo.», son unos versos del poema El balcón de Charles Baudelaire.

3Decía la protagonista de la novela El escalón de Carmen Suero: «Cuántas cosas decimos en un momento dado que luego pierden su valor. No es que mintamos, en ese instante lo sentimos así, pero no hay nada estático en esta vida, todo es cambiante, todo está en un movimiento continuo en que nos balanceamos intentando no caer».

Mundo de anécdotas

Los seres aparecen y desaparecen, pero «siempre hubo un mundo antes de su llegada y […] siempre habrá un mundo tras su partida»1. Todo ser, por tanto, es un fenómeno, una anécdota que sucede en un momento determinado. Este mundo, el mismo para todos (Κόσμον τόνδε, τὸν αὐτὸν ἁπάντων)2, no lo hizo ningún ser, ni siquiera un dios.

Desfile macabro de anécdotas. Este mundo es ruin, ¿quién lo va a negar? ¿Tú? Niégalo tanto como quieras, pero al cabo tu negación valdrá lo mismo que mi afirmación: nada. Y si uno está convencido de que el mundo es ruin, ¿para qué seguir entonces con su propia anécdota? Para contemplar la belleza, pues ella hace «menos ruin este mundo y este tiempo más breve»3.

1Arendt, 2004.

2Heráclito, B30: «Este mundo, el mismo para todos, no lo hizo ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que ha sido eternamente y es y será un fuego eternamente viviente, que se enciende según medidas y se apaga según medidas”.

3Charles Baudelaire, Himno a la belleza.

Una tribu, una profecía

zigurat

Toda tribu tiene sus profecías y los onagros siempre acaban siendo domados o muriendo en la soledad. Pupilas ardientes y bocas convulsas el tiempo atraviesan, así lo quiere lo que está separado de todo. Profecías que se las traga el que desde la eternidad juega una y otra vez. En toda tribu siempre hay un princeps con su corona, y con él queda acuñado el destino de la quimera: una ausencia que los ojos soñolientos miran con nostalgia.

¿Cuánto tiempo dura una dinastía? Nada si se mira con los ojos de un miembro de la dinastía Antonina. Es tan poco lo que a uno le queda que tiene que apresurarse porque cada instante es un sí a la muerte. “¡Terrible noria del tiempo!”, exclamaba el poeta andaluz. Todo esto es cuestión de la justicia cósmica, podría sugerir algún viejo filósofo-físico de la escuela de Mileto. Y en este devenir imparable, las tribus son y no son, se hacen y se deshacen, viven y mueren. Los estandartes de la guerra y la paz quedan olvidados en la arena del desierto y el Zigurat colapsado.

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