Síntesis del trabajo “Antropología política: una introducción” de Swartz, Turner y Tuden de 1966

Entre los años 50 y 60 aparece un interés creciente por la taxonomía, la estructura y la función de los sistemas políticos. Este interés se traduce, finalmente, en poner el foco sobre los procesos políticos. Dicho de otro modo, la antropología pasa de unos estudios estáticos y sincrónicos a unos dinámicos y diacrónicos. El método diacrónico propuesto se fundamenta en el examen de los conceptos que se discuten en este trabajo —legitimidad consensual, influencias, tipos de apoyo, etc. Con tales conceptos se dispone de unas herramientas para llevar a cabo un análisis de las conductas políticas. Este análisis se realizará utilizando el referido método diacrónico con el que se analizarán los diferentes procesos políticos que se puedan dar en una sociedad. Veamos ahora, a grandes rasgos, qué analiza este método diacrónico…

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Comentario del trabajo “Antropología política: una introducción” de Swartz, Turner y Tuden de 1966 – Poder y legitimidad; el código de autoridad – (III)

Sigo con el desglose de conceptos que se desarrollan en este trabajo de Swartz, Turner y Tuden. Ahora toca hablar del poder y la legitimidad, elementos estos imprescindibles para un «poder consensual». También hay que hacer referencia al código de autoridad, que es crucial para un régimen basado en la legitimidad.

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El pontificado de Aviñón, el cisma y la crisis conciliar

Si con la reforma gregoriana1 se pusieron las bases para que la Iglesia occidental se convirtiera en el siglo XIII en el mayor poder de Europa2, los dos dos siglos que siguieron a este momento de esplendor fueron nefastos para la referida Iglesia. En el siglo XIV el Papado se trasladó a Aviñón para evitar las turbulencias políticas romanas y conservar, de esta manera, su libertad. Bajo la protección de Francia, la estancia de los Papas en Aviñón se tradujo en un afrancesamiento de éstos, pero también en un pujante humanismo que constituiría las bases del futuro Pontificado del Renacimiento. A esto hay que añadir el importante desarrollo que adquirió el aspecto funcional-administrativo del Papado durante esta estancia en Aviñón — reorganización de los servicios ubicados en un imponente palacio, el monopolio de los beneficios eclesiásticos y el ejercicio de una agresiva fiscalidad pontificia.

Pero la pacificación de Roma a finales del siglo XIV hizo que la Sede Papal volviera a Roma, lo que produjo tensiones entre los candidatos a la sucesión papal. Los cardenales de origen francés optaron por su propio Papa en Aviñón, lo que provocó una escisión de la cristiandad occidental, pues en tanto los aviñonistas con Francia a la cabeza optaban por su Papa, en Roma escogían, con Inglaterra al frente, a Urbano VI. Esto suponía un enfrentamiento entre los aviñonistas y los urbanistas en el contexto de la Guerra de los Cien Años. La mayoría de los Estados de occidente, esto es, sus monarcas, se decantaron por una u otra facción.

Esta pugna por el poder eclesiástico occidental se logró resolver a partir del Concilio de Constanza (1414). Los pontífices en pugna —en este momento no había dos, sino tres Papas— fueron depuestos y la vacante fue ocupada por un nuevo Papa (1418) en tanto quedaba establecida la periodicidad de unas reuniones conciliares para afrontar la reforma de la Iglesia. El Concilio de Basilea (1431) evidenció una nueva disputa: la del Concilio —que se había arrogado el poder legislativo y ejecutivo— contra el Papado. Ambos contendientes tenían un mismo objetivo: ser la figura representativa del cristianismo. El Concilio llegó a elegir un “antipapa”, pero la Santa Sede venció esta disputa y declaró rebeldes a los padres basilenses, los cuales fueron abandonados por las “naciones”. Con todo, la ideología de tal Concilio no despareció: los intelectuales y las universidades eran ahora el refugio de esa ideología.

1 El papa Gregorio VII había lanzado en el año 1075 su “Dictatus Papae”, con el que exponía su afán de poder “universal” –si se prefiere, “absoluto”: sólo él merecía ser llamado “universal”; sólo él podía legislar la Iglesia; sólo él podía nombrar y deponer obispos; sólo él podía deponer al emperador; sólo él podía liberar a los súbditos del juramento de fidelidad a un soberano indigno. Cf. Cesaropapismo y la reforma gregoriana.

2En los primeros años del siglo XIII la Santa Sede alcanza el cénit de su poder gracias al papa Inocencio III. Con él, la Santa Sede se convierte en el mayor poder de Europa y tal cosa despertará a la larga los recelos entre los monarcas cristianos. Cf. La teocracia pontificia del siglo XIII.

Rapidísima mirada al Imperio egipcio

Los reinos y los períodos intermedios

El Imperio egipcio abarcó casi tres mil años y 31 dinastías que Manetón, un egipcio sacerdote e historiador (ss. IV-III a.C.), esquematizó para hacer más comprensible lo que aconteció en tan vasto período de tiempo.

El Imperio egipcio se inició con la unificación del Alto y Bajo Egipto, lo que abrió las puertas al Reino Antiguo (3.er mil. a.C.). El Reino Antiguo muestra las características principales de la civilización egipcia —El origen divino del faraón portando la doble corona, la existencia de una capital del reino, la uniformidad ideológica, la política militar y económica con Siria, Nubia y Eritrea, etcétera—. Fue en el Reino Antiguo que se construyeron las grandes pirámides. El fin del Reino Antiguo dio paso al Primer Período Intermedio —todos los períodos intermedios son momentos de inestabilidad—, el cual se caracterizó por una fragmentación de poder: el faraón perdió poder frente a los gobernadores provinciales (nomarcas).

El Reino Medio (2.o mil. a.C.) se inició con una nueva dinastía que había logrado unificar el Imperio. Se produjo una importante expansión territorial y floreció el arte y la literatura. Después de esta consolidación de Egipto, llegaría el Segundo Período Intermedio (2.o mil. A.C.), el cual devino a causa de la entrada de una nueva dinastía “extranjera”: los hicsos (reyes pastores) que procedían de Asia.

El Reino Nuevo (2.o. mil. a.C.) se inició habiendo expulsado a los hicsos. Amosis inauguraba en este Reino Nuevo la XVIII dinastía. Se produjo en este Reino la máxima expansión territorial con Tutmosis I. Luego llegaría el momento del buen gobierno de la faraón Hatshepsut. Más tarde, el faraón Akenatón rechazaría al dios Amón y a sus sacerdotes y trataría de instaurar un dios único, a saber Atón —Dios sol. El sucesor de aquél sería Tutankatón, pero siendo un niño de nueve años cuando fue nombrado faraón, guiado por su entorno, se cambió el nombre a Tutakamón, para así iniciar la restauración de Amón. El siguiente faraón, Horemheb, eliminó definitivamente todo lo relativo a Atón y eligió como sucesor a Ramsés I, inaugurándose así una nueva dinastía. Con Ramsés II, se produjo la batalla de Kadesh contra los hititas, estableciéndose un tratado de paz para repartirse el territorio de Siria. Despúes de Ramsés II se iniciaría la decadencia de esta dinastía y, con ella, entraría el Tercer Período Intermedio (1.er mil. a.C.) , momento en que el poder quedó en manos de la clase sacerdotal de Amón, produciéndose, de nuevo, una fragmentación de poder.

Egipto había entrado en decadencia, y ahora se abría la última etapa histórica del Imperio conocida como Época Tardía (715-332 a.C.). La extensión territorial del Imperio menguó —v.g. se perdió Nubia— y su poder quedó en manos de los asirios primero, después de los Babilonios y los Persas, y por último del nuevo Imperio helenístico de Alejandro Magno en el 332 a.C.

Poder político, sociedad, cultura, economía y religión

El faraón constituía la cúspide del poder político, siendo él el dios en la Tierra y Señor de su país. Por debajo de él estaba el visir —era cabeza de la administración, gestionaba el tesoro y era el ministro de la guerra— y los funcionarios. Desde un punto de vista social, por debajo del Faraón se encontraban los sacerdotes, escribas y militares, y en un grado inferior a estos últimos, los trabajadores manuales —campo, caza, pesca, etcétera— y los obreros —artesanos, excavadores, canteros, etcétera.

Los papiros y los escritos reflejaban, en esencia, los acontecimientos históricos en los que el faraón aparecía como figura central. Los egipcios desarrollaron la astronomía, la arquitectura y la ingeniería —así pudieron construir grandes pirámides y magníficos templos. En cuanto a la medicina, todavía quedaba vinculada con la magia —serían los griegos los primeros en separar la magia de la medicina.

La economía estaba marcada por la agricultura, siendo Egipto, gracias a las fértiles tierras del Nilo, una gran productora de cereales, lino y hortalizas. El sistema productivo quedaba centralizado en las manos de los sacerdotes y escribas, quienes controlaban los almacenes.

La religión egipcia era compleja y estaba cuajada de dioses zoomórficos —v.g. Horus, Seth, etcétera. La divinidad del faraón se asimilaba en vida a Horus en cuanto poder en la tierra y, una vez muerto, a Osiris en cuanto guardián de la vida y la muerte. La creencia en la vida ultratumba hacía que se quisiera asegurar la resurrección, por lo que era muy importante, después de morir, la momificación para preservar el cuerpo, el suministro de comida al cadáver y dejar inscripciones para que quedara presente la memoria del fallecido. Todo esto significaba que para asegurar la resurrección hacia falta mucha riqueza. El acceso al paraíso sólo era posible después de haber superado el tribunal del “Más Allá”, ahí donde se juzgaba si las acciones de la vida terrena habían sido buenas o no.

Génesis de la democracia ateniense

Si tratamos de simplificar la génesis de la democracia ateniense que se desarrolló entre los siglos VII y VI a.C., lo podemos hacer a través de cuatro figuras históricas fundamentales: Dracón, Solón, Pisístrato y Clístenes.

Cuando el siglo VII llegaba a su recta final, el arconte Dracón promovió la primera codificación escrita de las leyes. Esto frenó la interpretación arbitraria de las leyes. Sin embargo, las leyes que ahora quedaban escritas favorecían, en esencia, a una aristocracia que dominaba la economía del Ática, la cual era, principalmente, de carácter agrícola. El poder estaba, en efecto, en manos de la aristocracia, y lo ejercía de un modo abusivo que llevaba a muchos campesinos atenienses a ser esclavizados por no poder afrontar sus deudas.

Con lo anterior es fácil comprender que se produjera una crisis social que trató de aplacar a principios del siglo VI a.C. el arconte Solón. Este miembro de los Siete Sabios llevó a cabo unas reformas que se tradujeron en la prohibición de la recién mencionada esclavitud y la implementación de una timocracia que abría las puertas al poder a aquellos que no formaban parte de la aristocracia. Es decir, ahora el acceso al poder no dependía de la cuna, sino de la renta de cada individuo. La referida timocracia se fundamentó en la división de los atenienses en cuatro clases determinadas según la renta de aquéllos. Quienes mayor renta tenían, mayores cuotas de poder y mejores magistraturas estaban a su alcance. Las reformas de Solón marcaron un paso de gigante en dirección a la democracia, pero la democracia quedaba todavía lejos, pues el poder continuaba estando en manos de un pequeño grupo de individuos.

Llegaría después la tiranía de Pisístrato. Debe destacarse, ante todo, que el tirano conservó las reformas de Solón. Por lo demás, ejerció una política populista y una buena gestión económica de la pólis. Por añadidura, patrocinó la escritura de las epopeyas homéricas y el teatro —sobre todo la tragedia.

A finales del siglo VI a.C. había quedado atrás la tiranía y Clístenes era ahora elegido arconte. Este político introdujo innovaciones en el sistema de gobierno de la pólis que marcarían un paso decisivo hacia la democracia. Entre estas innovaciones destacó el procedimiento que se estableció para que los atenienses accedieran al poder. Ahora todos los ciudadanos, sin tener en cuenta la cuna y la renta, tenían “las mismas oportunidades” para acceder al poder: por medio de un sorteo se podía acceder a un nuevo órgano legislativo llamado Boulé. Sin embargo este sistema tenía un “pequeño defecto”: los cargos públicos no eran retribuidos, lo que, a efectos prácticos, restringía el poder a unos pocos. Con todo, a pesar de ciertas limitaciones, las innovaciones que introdujo Clístenes encaminaron definitivamente a Atenas hacia la democracia1.

1Cf. Salinero, 2022, p. 153.

La teocracia pontificia del siglo XIII

A lo largo del siglo XIII se consolida el poder “universal” del pontificado a pesar de las resistencias de un Imperio cuya debilidad resulta patente cuando tras la “Gran Guerra de Occidente” se agudiza en Alemania el conflicto entre güelfos y gibelinos1.

En los primeros años del siglo XIII la Santa Sede alcanza el cénit de su poder gracias al papa Inocencio III. Con él, la Santa Sede se convierte en el mayor poder de Europa y tal cosa despertará a la larga los recelos entre los monarcas cristianos.

Federico II, emperador y rey de Sicilia, se convierte en el adversario de la teocracia pontificia. Su intención no es otra que conseguir un poder “absoluto”, lo que le lleva a una guerra total con el papado. Sin embargo, el emperador fracasa después de que su ejército sufra una gran derrota ante Parma en 1248.

El fracaso de Federico II provoca un distanciamiento entre Italia y Alemania –la debilidad de Alemania es notoria–. Este vacío de poder que deja el Imperio es aprovechado en un primer momento por los angevinos con la coronación de Carlos –conde de Anjou y Provenza– como monarca de Sicilia en 1266. Pero la presencia angevina en Sicilia provocará una rebelión contra la ocupación francesa que en un futuro muy pŕoximo estará apoyada por una fuerza en auge: la corona catalano-aragonesa2.

1Los güelfos son partidarios de los papas y están enfrentados a los gibelinos, defensores de los emperadores de Alemania.

2“Con la ayuda de Pedro III de Aragón, los sicilianos expulsaron a los angevinos de la isla de Sicilia, derrotando a la flota de Carlos en la bahía de Nápoles en junio de 1284. Carlos estaba preparando una contraofensiva cuando murió.” (Wikipedia)

Cesaropapismo y la reforma gregoriana

Ya habían quedado atrás los tiempos en que el Imperio de Carlomagno representaba la ortodoxia cristiana. La decadencia del mundo carolingio trajo más libertad al papado. Sin embargo, con los primeros emperadores del Sacro Imperio Romano de la casa de Franconia (ss. XI-XII), el cesaropapismo1 que estos practicaban impulsó, por decir así, la reforma gregoriana. Esta reforma pretendía, entre otras cosas, eliminar las injerencias de los poderes temporales en la vida eclesiástica. El papa Gregorio VII había lanzado en el año 1075 su “Dictatus Papae”, con el que exponía su afán de poder “universal” –si se prefiere, “absoluto”: sólo él merecía ser llamado “universal”; sólo él podía legislar la Iglesia; sólo él podía nombrar y deponer obispos; sólo él podía deponer al emperador; sólo él podía liberar a los súbditos del juramento de fidelidad a un soberano indigno.

Cuando Gregorio lanzó el referido “Dictatus Papae”, el emperador, Enrique IV, pidió que el pontífice abdicara. Pero el papa, lejos de abdicar, excomulgó al emperador. Así se inició un conflicto entre gregorianos y antigregorianos que iba a perdurar en el tiempo más allá de la vida de estos dos personajes. Los sucesores de Gregorio lograron fortalecer sus posiciones y Urbano II reforzó el prestigio del pontificado promoviendo la Primera Cruzada (1095). Después tuvo lugar el Concordato de Worms (1122), donde se trató de limar las diferencias entre el poder papal y el poder imperial, pero el conflicto siguió abierto y, de este modo, Alemania vio como los papistas encabezados por la familia Welfen (duques de Baviera) se enfrentaban a los imperialistas representados por la familia Weiblingen (duques de Suabia). Esta confrontación se trasladó a Italia (güelfos y gibelinos). En la segunda mitad del siglo XII, el emperador Federico I (Federico Barbarroja) se enfrentó militarmente y sin éxito al papa Alejandro II en territorio italiano.

Federico comprendió bien la dura lección. Se imponía la concordia con el pontífice […] y las ciudades italianas.2

1«El “cesaropapismo”, un término acuñado por la sociología política y de la religión de Max Weber en su obra Economía y sociedad, hace referencia a la subordinación de los eclesiásticos al poder secular, cuando el líder político ejerce también la autoridad

2E., Introducción a la historia de la E.M. europea, Ediciones Istmo, 2019, p. 188.

El siglo III del Imperio romano: superando el tópico «crisis general»

El tópico de la “crisis general” del siglo III del Imperio romano está cargado de errores y falsedades, explica el profesor Salinero, aunque no cabe duda de que el período que va desde la muerte del último Severo (235) hasta la llegada al poder de Diocleciano (284) fue uno de los más confusos y convulsos de Roma1. En este período se produjo un debilitamiento del poder central sobre todos los territorios, lo que provocó una acentuada inestabilidad política unida a oscilaciones en el plano económico desde una perspectiva regional y provincial.

Lamentablemente sólo disponemos de informaciones exiguas sobre este período convulso, pero, a pesar de este inconveniente, está más que claro que es ahora cuando alcanzan el poder numerosos emperadores que, en la mayor parte de los casos, lo logran gracias a los militares de las legiones, lo que les hace, desde luego, muy vulnerables a los frecuentes pronunciamientos de aquéllos.

Debido a la referida inestabilidad política, las galias se independizan durante diez años (Imperium Galliarum) y, también, Palmira. Esta última, Palmira, con Zenobia como regente, se convertirá en un efímero imperio que conquistará Siria, Egipto y la práctica totalidad de Asia Menor. Con todo, el emperador Aureliano pondrá fin a estas “aventuras” independentistas en el año 273, acabando con el “Imperio de las Galias” y destruyendo la ciudad de Palmira.

El Senado, en este período que estamos tratando, queda anulado por el poder militar: son ahora los militares quienes sancionan las sucesiones de los emperadores. Los emperadores, por su parte, tienen una tendencia absolutista que tratan de “proteger” con lo divino –v.g. el fomento del culto al dios Sol (Hélios).

Pero si tenemos que resumir el siglo III del Imperio romano en una frase, tal vez sirva esta: este período significa un momento de transición en que se abandonan los viejos modelos de poder establecidos desde época de Augusto para, así, adoptar nuevos modelos que serán fijados a partir de Diocleciano.

1Cf. Salinero, R. G., Manual de iniciación a la historia antigua, Editorial UNED, 2022, pp. 461-465.

Temístocles y Cimón: dos atenienses «ostrakizados»

Después de las Guerras Médicas, la hegemonía de Atenas y Esparta emerge con fuerza en Grecia, una fuerza hecha, por decir así, de dos sistemas políticos opuestos: Esparta, caracterizada por su inmovilismo, se hace fuerte en el Peloponeso en tanto Atenas lidera la Liga de Delos. Creada en el año 477 a.C., la Liga de Delos –consagrada al dios Apolo y con sede en la isla de Delos– es una alianza que tiene en esencia un carácter antipersa. El objetivo de esta alianza es la de asegurar el poder de Atenas sobre el Egeo. Las ciudades aliadas aportan una cuota en naves y dinero basada en el antiguo tributo pagado a los persas. La Liga de Delos acabó convirtiéndose en una estructura de poder abusiva al servicio del imperio ateniense durante el período denominado Pentecontecia (478-431 a.C.).

Temístocles era poseedor de una gran fama, pero sufrió un desgaste rápido en su carrera política. Su idea central consistía en ver el peligro para Atenas en la oligarquía espartana, por lo que insistía en reforzar la defensa de la ciudad con murallas para todo el puerto del Pireo, para así garantizar una vía segura al mar en caso de posibles asedios. Pero frente a Temístocles y su “posicionamiento” antiespartano, estaba la aristocracia ateniense con Cimón a la cabeza –hijo de Milcíades1–, quien frenó las expectativas políticas de aquél. Finalmente Temístocles fue acusado de querer instaurar una tiranía y, por ello, fue ostrakizado en el año 471 a.C.2.

El aristócrata Cimón fue nombrado máximo estratega de la Liga de Delos y retomó la lucha contra los persas. También se puso al frente del partido” aristocrático, cuya política conservadora le hacía tener buenas relaciones con las póleis gobernadas por las aristocracias, destacando entre éstas la de Esparta. Pero un terremoto provocó el desconcierto en Mesenia, haciendo que los ilotas aprovecharan la situación caótica para rebelarse contra los espartanos. Los espartanos solicitaron ayuda a los atenienses y con la mediación de Cimón, se enviaron soldados atenienses al Peloponeso. Sin embargo los espartanos acabaron obligando a retirarse a los atenienses del Peloponeso bajo la acusación de no haberse esforzado lo suficiente. Los atenienses lo consideraron una afrenta y la facción democrática aprovechó la ocasión para ostrakizar a Cimón. Así lo explica Tucídides

Los lacedemonios, en vista de que no tomaban la fortaleza, temiendo la audacia e inquietud de los atenienses y considerándolos además extraños, los despidieron a ellos solos de entre los aliados, no fuera que si se quedasen tramaran alguna maquinación persuadidos por los del Itome; mas no manifestaron su sospecha, sino que dijeron que ya no los necesitaban.3

La expulsión de Cimón supuso la derrota política de la aristocracia ateniense y la victoria del “partido” democrático, que cambió la situación en favor del démos: a través de las propuestas de Efialtes y un joven Perícles, se limitaron las funciones del Areópago, pasando muchas de sus funciones al Consejo de los Quinientos, la Ekklesía y la Heliéa. Por tanto, la soberanía popular ahora quedaba en manos del démos. Estas reformas producirían tensiones entre ambas facciones políticas, llegando al extremo de que Efialtes sería asesinado el año 461 a.C..

1El estratega ateniense que propone atacar la llanura de Maratón antes de que avancen los persas.

2Temístocles es entonces acogido en la corte persa, donde murió en el año 462 a.C..

3Th. 1.102.3-4; trad, de F. Rodríguez Adrados (apud Monedero, A. J. D., González, J. P., Esparta y Atenas, Editorial Síntesis, 1999, p. 136).

Un Dios guerrero

Jehová, el exterminador de hombres y animales «[…] hizo morir en la tierra de Egipto a todo primogénito, desde el primogénito humano hasta el primogénito de la bestia […]»1. Los guerreros son aniquiladores de vida, como bien supo Homero, aquel misterioso (o inexistente) aedo que cantó las proezas de Aquiles. Pero Aquiles, el de los pies ligeros, sólo fue un semidiós, lo cual queda en nada frente a la Nada de los hebreos -pongamos Nada o Dios ahí donde dice κύριος: ὁ κύριος εἶναι δυνατὸς πολεμιστής2 (El señor es un fuerte guerrero). Aquiles, en fin, tenía que sufrir a la hora de matar mientras que el Dios de los hebreos sólo tenía que decir.

Hay en el Dios del pueblo de Israel algo que me fascina: el poder de la palabra. Tan importante es este poder que, sabiéndolo muy bien Moisés, exclamó a Dios: «¡Ay, señor! Nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe en la lengua»3 Y el Dios de los hebreos, siendo el que es, hizo que el hermano de Moisés, a saber, Aarón, llevara la palabra -pues Aarón hablaba bien- y aquél la señal con la vara. Con todo, el poder de la palabra no estaba, desde luego, en Aarón, sino en Dios -el hombre aquí sólo era un medio. Por eso Moisés no quiso hablar, habida cuenta de que él era un mal medio para esa poderosa -y terrible- palabra del Dios guerrero.

1Éxodo (13:16).

2Éxodo (3:15).

3Éxodo (4:10).

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