El contacto de Roma con la cultura griega se inició en época etrusca, pero pasarían trescientos años hasta que Roma se “helenizara”. La expansión de Roma en los ss. III-II a.C. profundizó radicalmente el referido contacto —Roma incorporó bajo su dominio los reinos helenísticos y el sur de Italia (Magna Grecia)— y acabó por helenizarse. Roma, en efecto, consquistaba militarmente a Grecia, pero esta última conquistaba culturalmente a aquélla.
Graecia capta ferum victorem cepit et artis intulit in agresti Latio.1
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La Grecia conquistada a su fiero vencedor conquistó, y en el inculto Lacio introdujo las artes.
El conservadurismo de Catón el censor no fue capaz de detener la penetración cultural griega. En el año 184 a.C., para mitigar el supuesto peligro que suponía el helenismo para las virtudes tradicionales romanas, Catón quiso imponer en la vida pública los principios de austeridad que guiaban la vida privada. Pero sus esfuerzos resultaron vanos, y figuras tan importantes como Escipión el Africano se abrían a la cultura griega.
La influencia de la cultura griega en la élite romana fue muy fuerte. Los miembros de esta élite eran ahora bilingües, o sea, dominaban tanto el latín como el griego y numerosos esclavos griegos se convertían en pedagogos en las casas nobles romanas. Gracias a este ambiente cultural “prohelénico”, grandes filósofos y oradores se establecían en Roma —v.g. Carneádes el académico, Panecio el estoico, etcétera. Además, la génesis de la literatura latina se fundamentaba en gran medida en la tradición cultural griega, de tal modo que el esclavo griego Livio Andrónico (s III a.C.) dio a conocer al mundo latino el universo homérico. La ‘paideía’ griega impregnaba progresivamente Roma y la cultura latina acabaría transformándose en una suerte de mezcla de tradiciones romanas y de elementos culturales griegos.
1Horacio, Epist. II, 1, 156-157.